EDITORIAL

Declaratoria cierra ciclo histórico devastador

Después de tres años, tres meses y cuatro días de haber catalogado al coronavirus como una amenaza a la humanidad, la Organización Mundial de la Salud anunció, el viernes último, el final de dicha declaratoria de emergencia sanitaria internacional. El pronunciamiento fue ampliamente difundido, pero para la mayoría de la población pasó con poca relevancia debido a que ya no se reportan casos graves ni muertes a causa del covid-19, con lo cual otros apremios de la vida, como la inflación, el desempleo o la inseguridad han vuelto a ocupar la preocupación cotidiana.

Todavía existen grupos negacionistas sobre la pandemia, que atribuyen el asunto a una conspiración de una élite de países e incluso de personas. No obstante sus infundios, no logran explicar los 765 millones de casos positivos oficialmente registrados y menos aún los 6.9 millones de fallecidos, cifras que para muchos se quedan cortas debido a los subregistros y las deficiencias de cobertura de atención médica. Menos aún podrían negar, los conspiracionistas, las agonías prolongadas de familias completas que enfrentaron los síntomas de la enfermedad y salieron avantes en el confinamiento de sus casas. En Guatemala, las cifras sobrepasan 1.2 millones de casos y 20 mil 189 fallecidos, entre los cuales hubo médicos y personal de salud que ofrendaron su vida al servicio del prójimo.

Sin duda alguna, el desarrollo de vacunas anticovid constituyó una de las carreras farmacológicas más aceleradas y esperadas; marcó un punto de inflexión en el abordaje de la enfermedad, frenó billones de potenciales contagios, permitió el retorno a la actividad productiva y también puso de manifiesto la importancia de las profesiones científicas de salud, sobre todo aquellas relacionadas con la virología y la infectología.

Las experiencias de encierro a las 4 de la tarde, el silencio profundo de las ciudades y la difusión de actos simbólicos efectuados por artistas, músicos e internautas desde sus viviendas forman parte de la anécdota que se compartirá a generaciones futuras. Fue la pandemia la causa de la suspensión total de cortejos procesionales durante tres semanas santas. Durante casi seis meses, las actividades religiosas se efectuaron a distancia, y se retomaron bajo las ultraconocidas prácticas de desinfección, uso de mascarilla y distanciamiento social. Algo similar ocurrió con los estudiantes de todos los niveles, desde preprimaria hasta universidades, que apenas en el 2022 comenzaron el paulatino retorno a las aulas.

De hecho, el impacto pandémico en el proceso de enseñanza aprendizaje tiene luces y sombras; por un lado está el desarrollo de nuevas metodologías de autonomía estudiantil, utilización de herramientas tecnológicas y una recuperación del papel del maestro como gestor de inteligencias. Sin embargo, también hubo fuertes retrocesos en cobertura, calidad educativa y desarrollo de capacidades en lectoescritura y habilidades matemáticas. Muchos estudiantes pasaron de grado entre el 2020 y el 2022, pero llegaron al ciclo 2023 con desfases y faltantes que deberán ser subsanados.

En Guatemala aún no terminan de aclararse asuntos como la compra de vacunas rusas, la mitad de las cuales se perdieron por falta de uso y por la mayor confianza en los fármacos donados, en su mayoría por EE. UU. Tampoco están a la vista los cinco hospitales que supuestamente iban a quedar permanentes. Tres centros temporales ya están cerrados y el único hospital nuevo fue construido por Taiwán, el cual fue equipado con una compra fraudulenta en la cual había equipo usado e inutilizable del hospital temporal Parque de la Industria.

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