PLUMA INVITADA
Cómo ‘Succession’ acabó con uno de los mitos más amados de Estados Unidos
Mis amigos que nunca han visto Succession, la exitosa serie de HBO que pronto llegará a su fin, dicen que no tienen ningún interés en ver a gente rica que se porta mal. Esta serie de humor negro encaja a la perfección con eso: sigue las peripecias de la familia Roy, cuyo patriarca, Logan Roy, es un avatar de Rupert Murdoch y cuyos hijos, Shiv, Kendall y Roman, compiten sin cesar, y sin fortuna, por heredar su trono.
' Lo que no es aceptable, dentro de la lógica moral de la serie, es la ambición de esos personajes que no nacieron con dinero y poder.
Elizabeth Spiers
Los personajes están inmersos en un mundo insular donde los accesorios de la riqueza obscena —aviones privados, guardarropas de lujo, múltiples casas en lugares costosos— se despliegan de manera casual, como un telón de fondo constante, y las consecuencias más amplias de lo que sucede en este mundo son visibles solo en ocasiones. Es comprensible que, en el mundo real, en medio de rumores de recesión y tras una pandemia mundial, las preocupaciones de la familia Roy puedan parecer… irrelevantes.
Sin embargo, Succession no trata solo de ricos y del drama que fabrican. Sus resonancias con la actualidad no son la cuestión, aunque ilustran de forma útil lo que está en juego al sacrificar la integridad, las relaciones y el interés público para alcanzar objetivos egoístas.
El tema central de la serie desde el primer episodio es la actitud de los estadounidenses ante las clases sociales: a quién se le permite acumular estatus y poder y a quién no, así como en qué casos son aceptables o no las muestras manifiestas de ambición.
Las ambiciones individuales de los Roy a veces son risibles, pero nunca nos piden que nos preguntemos por qué son ambiciosos. Excusamos el hecho de que sean despiadados y conspiradores porque la gente se hace rica siendo despiadada y conspiradora, sin importar que los niños Roy se hicieron ricos simplemente por haber nacido.
Lo que no es aceptable, dentro de la lógica moral de la serie, es la ambición de esos personajes que no nacieron con dinero y poder, pero quieren obtenerlos. Los diálogos están llenos de golpes —sutiles y no tan sutiles— de unos personajes a otros, lo que indica un alto grado de conciencia sobre los significantes de clase y lo que significan. Una mujer que acude a la fiesta de cumpleaños de Logan Roy con un bolso Burberry de gran tamaño es objeto de burlas porque ha traído un “bolso ridículamente grande” a un evento en el que solo son apropiados los bolsos de noche del tamaño de la palma de la mano. Los Pierce (inspirados en parte en la familia Bancroft, que vendió The Wall Street Journal a Rupert Murdoch) afirman su condición de clase pretendiendo que cualquier discusión sobre dinero está por debajo de ellos. La matriarca del clan califica de “repugnante” una oferta multimillonaria por el imperio de su familia: burda, indigna, no es algo de lo que hable la gente civilizada. “Te lo digo”, le dice Kendall a Shiv, en referencia al empresario tecnológico arribista que intenta comprar su empresa, “dinero nuevo: tienes que sostener esos billetes frescos bajo la luz”.
Sin embargo, el conflicto entre los ricos y los emergentes es más evidente en la relación entre Shiv y su marido, Tom Wambsgans. A lo largo de la serie, la familia, incluyendo a Shiv, lo considera un extraño. A él no le gusta, pero lo aguanta, hasta que el matrimonio de la pareja —que no es una situación igualitaria de ensueño— empieza a desmoronarse y Tom y Shiv abordan el tema que hasta ahora habían evitado: él nunca será considerado un verdadero miembro de la familia porque quiere conseguir aquello con lo que ella y sus hermanos simplemente nacieron. El poder y el dinero están bien si ya se tienen. El problema es querer adquirirlos.
En un episodio a mitad de la temporada final, Tom admite ante Shiv que le preocupan esas cosas. La verdad, dice, es que “toda mi vida he pensado un poco en el dinero, en cómo conseguirlo, en cómo conservarlo”. Y continúa: “Me gustan las cosas bonitas. Me gustan”. Él le dice: “Si crees que eso es superficial, ¿por qué no tiras todas tus cosas por amor? Tira tus collares y tus joyas a cambio de una cita en un restaurante italiano de tres estrellas. ¿Ah, sí? Ven a vivir conmigo en un campamento de caravanas. ¿Vienes? ¿Vienes?” En una brutal discusión posterior, Shiv ataca el punto más vulnerable de Tom. “Eres pueblerino”, dice, “toda tu familia se esfuerza y es provinciana”. Esforzarse es el mayor insulto de todos.
En teoría, Estados Unidos adora a los luchadores, a las personas que empiezan con muy poco y, con mucho trabajo y determinación, consiguen alcanzar el éxito. En la práctica, vivimos en un país donde las personas que han superado enormes dificultades para llegar hasta aquí son recibidas con hostilidad, en el que las personas que trabajan en varios empleos de salario mínimo son avergonzadas si también necesitan ayuda del gobierno y en el que a los pobres les dicen que aprendan a programar como si la idea de capacitarse para ejercer trabajos de cuello blanco simplemente nunca se les hubiera ocurrido. Los estadounidenses pensamos que amamos a la gente valiente que sale adelante por sus propios medios. Lo que realmente nos gusta es el dinero y el poder, punto. En cierto modo, creemos que tenerlos indica que te los mereces.
Esa es otra creencia fundamental que Succession desbarata de manera hábil: la idea de que los ricos de algún modo son mejores, más inteligentes, más competentes. Los hijos de los Roy no son especialmente competentes y, desde luego, no son más competentes que Tom. Van a tientas, hacen cosas estúpidas y —con la excepción de algunos chistes— no muestran ninguna inteligencia especial o destacable.
Es un tipo de torpeza que no vemos a menudo en el mundo real, pues el dinero también evita que la gente sea sometida al escrutinio, gracias a los profesionales de las relaciones públicas, los abogados y el aislamiento de lujo. Como sociedad, hemos interiorizado la idea de que la riqueza es en gran medida producto de una buena toma de decisiones y que cualquiera puede convertirse en un Logan Roy. Satanizamos y a veces criminalizamos la pobreza porque la imaginamos como el resultado de errores catastróficos e inmorales.
En Succession no hay verdaderos héroes, solo una sala de juntas llena de nihilistas, niños emocionalmente atrofiados que no dejan de meter la pata. Hay comedia e incluso catarsis en ver cómo la gente que se cree mejor que los demás demuestra que no lo es y que incluso puede haber adquirido disfunciones extraordinarias como subproducto de su riqueza. Tom desmiente la idea de que las personas ambiciosas y trabajadoras son recompensadas con riqueza y poder. La reacción más común ante las personas que se esfuerzan —como en el caso de la persona que se coló a la fiesta que lleva una bolsa ridículamente grande— es que les dicen que no pertenecen ahí.
*©2022 The New York Times Company