MIRADOR

Hoja de ruta en época de guerra

Una enorme confusión permea el ambiente, y la fricción extrema —antesala de la violencia— se deja ver en demasía. Desatada la debacle, los extremistas habituales —que Dios los recoja pronto— queman sus últimos cohetes y muestran su vileza, truhanería y desesperación. Como los espacios no suelen quedarse vacíos, surgen otros —extremistas— progres con similares formas y modos. Una suerte de péndulo con oscilaciones que cada vez tienen picos más altos, y ocasionalmente se da la vuelta y aparece por el lado opuesto. Hay demasiados radicales —desesperados o eufóricos, según miremos, pero fanáticos al fin y al cabo— y el ambiente aconseja un llamado a la cordura en lugar de tensar la cuerda, con riesgo de romperla. El sistema está tan presionado que es preciso que cada uno asuma su papel para reducir la probabilidad.

' En la victoria hay que ser humilde y en la derrota hay que tener dignidad, y reivindicar la lucha por valores y principios, más que por personas o partidos.

Pedro Trujillo

Arévalo debería de emitir un mensaje de sosiego y paz, y capitalizar la imagen conciliadora que ello representa. Sandra Torres podría dejar de avivar el fuego con comentarios desesperados y populistas, y apostar por la racionalidad. El MP tiene que comprender que el proceso electoral hay que respetarlo y abstenerse de realizar acciones fuera de lugar. El TSE, continuar con lo que ya le han dicho: llevar a cabo la segunda vuelta. La CC, no soltar las riendas del país que, aunque no le corresponde, a eso nos acostumbramos hace años, y lo aceptamos con jurídica resignación. A la CSJ le compete suspender inmediatamente al juez Orellana, para evitar esos frecuentes desmadres judiciales. El PDH tiene que asumir su papel y denunciar la vulneración de derechos humanos, además de promover la convivencia y la legalidad. El Gobierno, lo mejor que puede hacer es dimitir en pleno y salir corriendo. El Congreso, emitir una declaración institucional en la que apoye el proceso democrático y exija respeto a las normas constitucionales. Los activistas, disfrazados o no de periodistas, dejar de azuzar, provocar, falsear noticias irresponsablemente y buscar “likes”, en beneficio de un clima necesario de paz y tranquilidad. Por su parte, colectivos empresariales, agrupaciones de la sociedad civil, instituciones en general y mayoría de ciudadanos han hecho lo que deben: ponerse del lado correcto de la historia y hacerlo público.

Esta sociedad tiene, entre sus males, uno muy remarcado: la incapacidad de hablar, debatir racionalmente y escuchar. No es nuevo, y la historia lo evidencia en más de una ocasión. Guste o no, ha llegado el momento de que los sediciosos acepten que “no pasarán” y reconduzcan sus intenciones. A los golpistas hay que sacarlos de la ecuación, pero al mismo tiempo evitar que entren otros similares en la medida que salen los primeros.

Apostamos el futuro en un órdago electoral, y los resultados se hicieron ver, aunque nada está escrito en piedra y falta una segunda vuelta definitoria, en la que muchos —de varios bandos— han puesto toda la carne en el asador. En la victoria hay que ser humilde y en la derrota hay que tener dignidad, y reivindicar la lucha por valores y principios, más que por personas o partidos, además de respetar las reglas de la democracia previamente aceptadas.

Cada personaje, institución, organización y ciudadano tienen un papel en todo esto, y no deben de esperar a que alguien dé el pistoletazo de salida, sino actuar inmediatamente. Está en juego la incipiente democracia y la convivencia pacífica, pero sobre todo el futuro de nuestros hijos, que no puede quedar en manos de narcotraficantes, criminales, golpistas de cuello blanco o progres con pelo alborotado. La revolución violenta no conduce a ninguna parte, pero la pasividad tampoco.

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