DE MIS NOTAS

La institucionalidad en los momentos borrascosos

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En tiempos tumultuosos, cuando la corrupción política se cierne como un oscuro fantasma y los ciudadanos claman por cambios, los movimientos políticos que exigen reformas radicales pueden desatar acciones de consecuencias impredecibles. A través de las palabras de pensadores del liberalismo clásico, como Carlos Alberto Montaner, qepd; Mario Vargas Llosa y, oh ironía…, hasta en una novela de Gabriel García Márquez, podemos adentrarnos en la importancia de mantener un equilibrio en la lucha por la justicia y el cambio.

' El cansancio es obvio, pero no se olvide la institucionalidad y el estado de Derecho.

Alfred Kaltschmitt

Si bien los gobiernos corruptos pueden fungir como un cáncer que devora la libertad y el progreso de una nación, es menester ser cautelosos ante la posibilidad de que la exigencia de reformas radicales pueda dar paso a movimientos seudorrevolucionarios que podrían ser aún más peligrosos.

Carlos Alberto Montaner, gran pensador y escritor, luchó con denuedo y valentía en contra de la Revolución Cubana, un movimiento político que todos sabemos, en sus inicios, prometía justicia y equidad y que terminó instaurando un régimen opresivo y totalitario. Montaner nos advirtió sobre el peligro de esos movimientos que llegaron a truncar las libertades individuales y a desaparecer la democracia.

También Mario Vargas Llosa, tomando como ejemplo la crisis peruana creada por Allan García, ha subrayado la importancia de defender los principios democráticos y evitar la tentación de caer en soluciones radicales.

Guatemala está atravesando ese umbral. La ciudadanía se siente frustrada y defraudada por la clase política y sus promesas incumplidas, y ese 40 por ciento de voto nulo que ganó las elecciones busca un cambio profundo en nuestra sociedad. Pero, ojo, no tiene ideología. Busca cambio, no opresión y anarquía.

Es importante entender esto, porque entre exigir justicia y oportunidades y alzar la voz demandando reformas significativas es vital recordar que los cambios radicales, cual llamarada desbocada, pueden encender pasiones y desencadenar consecuencias imprevistas que amenacen la institucionalidad democrática.

Gabriel García Márquez, sí, que ironía…, con su prosa mágica y su aguda visión, nos recuerda la fragilidad de la democracia ante los embates de los movimientos populares. En El otoño del patriarca retrata el derrotero de un político que, en un principio, fue respaldado por un movimiento que anhelaba cambios y justicia, pero al final terminó sumiendo al país en una pesadilla de opresión y corrupción.

Y por supuesto que hay que mencionar a Hugo Chávez y su émulo, Maduro. Su gobierno autoritario, inicialmente respaldado por un movimiento que prometía cambios sociales y una supuesta mayor distribución de la riqueza, terminó en una crisis económica y una pérdida progresiva de libertades. La Revolución Bolivariana dio paso a una dictadura que actualmente sigue ahogando a los venezolanos.

Y aquí cerquita, en Nicaragua, tenemos el ejemplo del movimiento sandinista de Ortega, que una vez fue símbolo de lucha por la justicia social y la igualdad, y hoy un régimen grosero e infame que ha enviado a la cárcel a todos sus críticos.

Bien haríamos en promover el diálogo constructivo, la participación ciudadana informada y la colaboración entre los diversos actores políticos y sociales. De esta manera se pueden canalizar las demandas legítimas hacia un proceso de cambio y transformación que fortalezca nuestras instituciones democráticas y garantice el respeto a los derechos humanos y las libertades individuales.

Pero, ojo, al enfrentarnos a los desafíos que la corrupción y el desorden presentan, recordemos las lecciones de la historia y evitemos caer en las trampas del pasado. La pasión y la indignación son motores poderosos para el cambio, pero la sensatez y la reflexión son las brújulas que nos guiarán hacia una mejor Guatemala.

En Dios confiamos.

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