CATALEJO
Temores escondidos antes y después del 20
Todas las luchas electorales, si participan politiqueros, significan un riesgo para la unidad nacional, no derivada de un pensamiento idéntico, sino de la aceptación de distintas formas de éste, cada una con segmentos formados alrededor de la moderación o de los extremismos. Estos diez días previos a la elección presentan varias características preocupantes, algunas derivadas de hechos y otras de percepciones o de resultado de propaganda malsana basada en mentiras. Muy inmersos en obtener la victoria, o en colaborar para el triunfo del candidato de sus simpatías, los ciudadanos no se detienen a pensar en las consecuencias a mediano y largo plazo, aunque crean estar haciéndolo. Lo urgente debe dar paso a lo importante, pero éste necesita preparación para solucionarlo.
' La elección será en diez días. Eliminarla es poner al país a la deriva y sin apoyo alguno de quienes le son necesarios.
Mario Antonio Sandoval
Los resultados de los comicios de Guatemala en la etapa fueron aceptados por reflejar la verdad de lo acontecido, pero al mismo tiempo significaron el fenómeno del arrepentimiento reflejado en nunca votar por el partido oficial. Es fácilmente explicable: las promesas de campaña no fueron cumplidas. Esto se acrecentó en los dos últimos gobiernos, éste y el de Jimmy Morales, quien agregó un terrible riesgo para la democracia en un país laico: la introducción de lo religioso como una de las razones para buscar apoyo político. El poder de los megapastores evangélicos neopentecostales se incrementó, al punto de haber llegado en el momento actual a extremos absurdos, como calificar a gritos de “diabólicos” a los candidatos no apoyados por ellos.
El país llamado Guatemala tiene muchos motivos para convertirse en una mera abstracción jurídica. Las divisiones internas se manifiestan en todos los campos –étnicos, lingüísticos, sociales y culturales–. Pero a pesar de esos pesares y del simplismo de análisis –otro de los graves problemas de todos los tipos de élites, entre las cuales se incluyen quienes saben leer, tienen casa propia con agua, les alcanza el sueldo, etc.–, porque los hace ser miembros de una minoría. A pesar de ello, el país ha avanzado e incluso mantuvo cierto nivel de respeto en la comunidad internacional. Pero ahora, por su profundidad, las divisiones producidas por este proceso electoral permanecerán mucho tiempo. Los adversarios, convertidos en enemigos, a mi juicio, aumentarán.
Ya no tiene sentido —por sus malas consecuencias— persistir en campañas de desinformación, insultos y demás. Hasta el humor negro de los memes puede exacerbar las divisiones, precisamente porque el ingenio popular dentro de su inmediatez, tiene el riesgo de ofender a gente a la cual no está dirigido, es decir a los seguidores. Pero esa palabra comienza a ser considerada como sinónimo de fanático, alguien —según el Diccionario, imbuido de “apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas”. (El subrayado es mío). Ese riesgo de división política por motivos religiosos es la base para la prohibición para candidatos/curas. Pero al haber otras religiones, ese veto los alcanza, para no ser discriminatorio.
Podría parecer muy adelantado meditar sobre esto, pero a mi juicio se justifica porque independientemente del resultado del 20 de agosto, hay casi cinco meses para nuevas acciones basadas en la aplicación exclusiva y excluyente de la letra muerta de la ley, en un tipo de Derecho caracterizado por no tomar en cuenta los efectos de aplicar ese criterio con exclusión del espíritu de la ley. Hay contradicción porque los participantes llenaron los requisitos, según las autoridades electorales, y además no debe haber efecto retroactivo. Aunque el error no puede ser fuente de derecho, la aplicación de un cambio es tema para discusión y entendimiento de expertos, no de convencimiento a los ciudadanos, cuyo pensamiento más importante es acabar con la desmedida corrupción.