EDITORIAL

Estratégico maíz

“Tierra desnuda, tierra despierta, tierra maicera con sueño, tierra maicera bañada por ríos de agua hedionda de tanto estar despierta, de agua verde en el desvelo de las selvas sacrificadas por el maíz hecho hombre sembrador de maíz. De entrada se llevaron los maiceros por delante con sus quemas y sus hachas en selvas abuelas de la sombra, doscientas mil jóvenes ceibas de mil años”, es un fragmento de Hombres de maíz, del Nobel de Literatura, que en su magia jitanjafórica parece simbolizar la grandeza, la contradicción y la imperiosa necesidad del grano fundamental en la dieta de los guatemaltecos.

En las montañas de Huehuetenango existe un mítico lugar llamado Paxil, que es donde se descubrió el maíz, según la cosmovisión maya. Se trataba de una variedad vegetal silvestre que fue domesticada por los pueblos prehispánicos del territorio de Mesoamérica. Se convirtió en alimento básico desde la civilización maya, y así perdura hasta el sol de hoy. No se concibe al menos un tiempo de comida guatemalteco sin tortillas, y en ciertas regiones del país, asoladas por la inseguridad alimentaria, esa única ingesta diaria, si la hay, es a base de una tortilla con chile o sal; nada de metáfora, pura y dura realidad.

Estadísticamente, se calcula que cada guatemalteco consume en promedio dos quintales y medio de maíz por año. La producción nacional corre a cargo, en 92%, de pequeños productores —aproximadamente un millón siete mil—, que usualmente lo cultivan a nivel de subsistencia, sin mayor tecnificación ni acceso a tecnología de riego o semilla mejorada. Esto, a su vez, impacta en un desigual rendimiento de las plantaciones, lo cual los obliga a comprar dotaciones adicionales de grano para suplir las necesidades alimentarias del núcleo familiar. En zonas como el Corredor Seco esta paradoja constituye uno de los detonantes de riesgo de desnutrición materna e infantil.

Según datos del Instituto de Ciencia y Tecnología Agrícola, la producción nacional total de maíz blanco cubre hasta 90% de la demanda, lo cual hace necesaria la importación desde México y Estados Unidos. La situación es más dramática respecto del maíz amarillo, utilizado con frecuencia para procesamiento industrial y elaboración de concentrados, pues la producción solo suple 15% de la demanda y se importa el 85% restante, lo cual está sujeto a las variaciones del mercado internacional.

La frontera agrícola del maíz a menudo se ve empujada por la expansión de otros cultivos, y este fenómeno, a su vez, afecta la capa forestal del país, cuyos suelos no son necesariamente adecuados para el cultivo. A esto se suma el insuficiente apoyo técnico gubernamental a los campesinos y la utilización clientelar de programas de fertilizante, semillas y herramientas.

Asegurar la producción de maíz local y la supervivencia de variedades nativas debería formar parte de una agenda de nación, libre de ruidos politiqueros. Desde el 2014, cada 13 de agosto se conmemora el Día Nacional del Maíz; pero, como tantas otras dedicatorias, se queda en exaltación. En la tierra de los hombres de maíz, como lo evoca el Popol Vuh, la excelencia en la producción de este cereal debería ser emblema de identidad y una prioridad estratégica de bien común.

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