EDITORIAL
Políticos deben exhibir, sobre todo, educación
Cuando se habla de que una persona tiene “educación” puede aludirse a la escolaridad que posea, pero en la expresión más popular y coloquial se refiere a alguien que posee conocimientos y experiencias, madurez, capacidad de reflexionar, sentido de urbanidad, cortesía, responsabilidad y sobre todo respeto por los demás. Muchos de nuestros abuelos no completaron siquiera la primaria, pero sin duda son personas educadas, así como también hay individuos que quizá tuvieron acceso a la universidad pero sus conductas dejan mucho que desear.
Resulta contradictorio el proceder de muchos partidos y figuras políticas que lograron ganar alcaldías y diputaciones, que aceptaron dichos resultados —y hasta se opusieron a la repetición de comicios en ciertas localidades donde ganaron—, pero que impugnaron la elección presidencial porque no pasaron a segunda vuelta. Armaron narrativas conspiranoicas que apuntaban con argumentos leguleyos al sabotaje de la custodia de sufragios para reclamar una anulación inédita. Su conducta maleducada, a veces con epítetos, es una afrenta contra el electorado al cual pidieron votos, pues son ciudadanos quienes reciben, cuentan, reportan y certifican los sufragios.
Aunque las revisiones mostraron que los errores detectados no alcanzaron ni el 0.4 por ciento del total, numerosos corifeos mantienen reclamos insolentes contra el TSE. Gracias a ello, ya se advierte de posibles planes de impugnación masiva de mesas, lo cual sería un tiro en el pie si se descubre un patrón serial que podría ser constitutivo de delito. Sin embargo, la ciudadanía guatemalteca ya ha demostrado que su mayor compromiso es con su propio desarrollo y con heredar un mejor país a las futuras generaciones.
La democracia guatemalteca es espacio para todas las voces, para los disensos y también para los consensos. Cierto es que persisten intolerancias y confrontaciones del siglo pasado, pero la ciudadanía nacida después del conflicto armado interno, en tiempos digitales y conectada con la dinámica global, posee criterios que se resisten cada vez más a perpetuar extremismos caducos. El 20 de agosto los guatemaltecos empadronados están convocados para elegir en segunda vuelta. Una ronda dicotómica representa dilema desde la primera elección democrática en 1985 y lo seguirá siendo, como lo muestran procesos electorales bipartidistas o balotajes en otras naciones. La clave está en asumir este compromiso con plena conciencia, responsabilidad cívica y sentido crítico, para expresar en la mesa de votación esa decisión libre. Eso es democracia.
Parece obvio decirlo, pero vale la pena hacerlo: un voto personal se suma al de millones de conciudadanos para generar un resultado, legalmente respaldado, sobre quiénes ocuparán la presidencia y vicepresidencia por cuatro años. El TSE es el garante de esa decisión soberana y nadie, por ninguna razón ni con ningún pretexto, puede ni debe tratar de subvertir el resultado oficial, porque de este deviene todo el poder delegado a todo funcionario, que es la piedra fundamental de la República.
Desde que una persona inscribe su candidatura, recibe credenciales y a partir de entonces está aceptando toda la normativa que rige el evento, con sus derechos y obligaciones. Entre ellos, el respeto a la institucionalidad electoral y sus procesos. El talante ético, valor civil y sentido de elemental educación se demuestra en la forma de ganar o perder. Quien atente contra esos principios le estará fallando a la ciudadanía soberana, incluso a los que le dieron su voto.