Esta festividad se lleva a cabo en honor a la Virgen de la Asunción, que se celebra el 15 de agosto, y empezó en la comuna de Jocotenango, Sacatepéquez, en la antes llamada Santiago de Guatemala y hoy Antigua Guatemala. Con la traslación de la capital del entonces Reino de Guatemala del Valle de Panchoy, al quedar la ciudad colonial destruida por los terremotos de Santa Marta de 1773, también se comenzó a celebrar en la Nueva Guatemala de la Asunción, a partir de 1776.
En el reinado del rey Carlos III se decidió nombrar a la Virgen de la Asunción como patrona de la ciudad recién fundada. Por tal razón, cada 15 de agosto, cuando se celebra esta advocación mariana, tiene lugar la feria en la capital y en Jocotenango.
Aunque se trata de dos fiestas simultáneas, la organización en la ciudad de Guatemala destaca por sus múltiples transformaciones, así como por el gran número de personas que llegan a visitarla. La Dirección del Comercio Popular de la Municipalidad de Guatemala indica que al evento llegan, en promedio, unos dos millones de personas en los nueve días de duración. Este año, a excepción de otros, la feria se extendió durante once días, del 5 al 15 de agosto.
El historiador y sociólogo Aníbal Chajón explica que en los orígenes de la feria, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, el evento consistía en la venta de ganado, organizada por la élite económica. Esto cambió a medida que la traza urbana de la Nueva Guatemala de la Asunción se fue expandiendo y las fincas donde tenía lugar la feria se convertían en barrios de clase alta. Con la reducción del espacio abierto la feria se transformó en epicentro popular.
“Las cosas cambiaron en el siglo XX cuando la feria deja de ser ganadera y pasa a ser de artesanías. Se armaban pabellones donde también había comida tradicional. Además, se promovían carreras de caballos, por lo que se construyó el hipódromo —del Norte—”, refiere Chajón. Además de estos cambios estructurales, las personas asistían a la feria porque también promovía actividades de convivencia. El cortejo, así como los bailes y las reuniones sociales, eran parte de las costumbres de la élite de aquel entonces.
Sin embargo, con el transcurso de los años se comenzaron a observar cambios en varios aspectos, entre ellos el tipo de comercio y negocios, y se fue perdiendo el carácter social que la representaba. De acuerdo con Chajón, la Feria de Jocotenango se volvió más popular cuando muchos de los hijos de las familias pudientes de la época dejaron de verla como un lugar para socializar. Esto respondía a sus nuevas aspiraciones de clase y “al cambio de intereses como resultado de una europeización de estos jóvenes, porque muchos de ellos salieron a estudiar a Londres, París o Barcelona, donde conocieron otro tipo de espacios y les parecía que la feria ya no era tan atractiva”.
Por otro lado, la música era un componente especial en el marco de la feria. Chajón explica que durante una primera etapa muchas de las actividades de la élite se amenizaban con la marimba. No fue sino hasta 1940 cuando se registró la primera sinfonola —una especie de rocola— en la Feria de Jocotenango. La llegada de este artefacto, importado de Estados Unidos, condujo a que durante los años posteriores los asistentes escucharan variedad de temas que iban desde boleros hasta rumbas y rancheras. “En ese sentido, la feria fue adquiriendo un carácter más popular”, destaca Chajón.
Gastronomía
Pensar en un evento como la Feria de Jocotenango implica considerar una celebración que el paladar también agradece. Variedad de platillos y bebidas se han convertido entre las principales razones por las cuales las personas asisten desde hace décadas a la avenida Simeón Cañas en agosto. En términos de gastronomía también se experimentaron cambios.
Chajón cuenta que durante los primeros tiempos de la feria se ofrecían platillos tradicionales del país, que se alternaban con cocina francesa o alemana, con productos que importaban los organizadores. La arquéologa Regina Moraga manifiesta que durante las primeras épocas de la feria también se servían bocadillos, del tipo de acompañamiento que se ofrece en las reuniones denominadas cóctel.
En los inicios del siglo XX la Feria de Jocotenango, se caracterizó por la mezcla de platillos salados y dulces muy bien elaborados, hasta que se fue consolidando “como un modelo único de gastronomía”, agrega Moraga.
En la actualidad se puede encontrar una fusión de alimentos prehispánicas, como el maíz, presente en el atol, las tortillas de las garnachas o el llamado “elote loco”. Asimismo, otros manjares de herencia milenaria como los tamales, el chocolate y los recados. A lo anterior se suman el atol de plátano, de haba, el blanco o el de masa, que preservan sus raíces ancestrales.
Moraga comenta que bebidas como la horchata, la limonada, así como las preparadas a base de tamarindo o flor de jamaica se popularizaron antes del siglo XIX en el país, y por ende, también en la Feria de Jocotenango.
Otra de las herencias del pasado gastronómico de este festín popular es la española, presente en la capital y Antigua Guatemala a través de la bollería, como los nuégados, el pan francés, las empanadas o el pan de San Antonio.
Moraga también alude a platillos de otros países que se volvieron populares en la feria como las enchiladas, los churros, las manzanas dulces, los molletes, las torrejas o los buñuelos.
A esta oferta se añaden comidas más modernas como la pizza o las crepas que, de acuerdo con la académica, responden a la globalización. Asimismo, las frituras destacan en estos festejos. Entre otros, los chicharrones y las plataninas, que forman parte de la variedad desde hace unos 100 años.
Herencias de sabor y diversión
La Dirección del Comercio Popular de la comuna capitalina refiere que la Feria de Jocotenango reúne cerca de 285 locales a lo largo de 1.5 km en la avenida Simeón Cañas. Estos puestos se distribuyen entre ventas de comida y juegos. Para muchos de estos comerciantes son negocios familiares y un medio de vida para obtener ingresos económicos, pero también de memoria cultural.
René López, comerciante de 73 años y propietario del comedor La Guadalupana, dice que la feria ha sido un lugar en el cual ha atestiguado el interés por los platillos tradicionales y un espacio donde ha tejido su historia familiar, ya que sus padres se conocieron en la feria luego de trabajar en puestos diferentes.
El reconocimiento de este lugar desde temprana edad, incluso cuando dormía en canastos mientras sus padres atendían el negocio, llevó a que López hiciera del campo ferial un espacio propio. A ello se suma Elsa Morales, una mujer que también había crecido en ese ámbito y a quien él conoció en su juventud. Luego de encontrarse y establecer una relación, pusieron en marcha un comedor hace 40 años. Hoy, esa idea conjunta llamada La Guapalupana ha llevado a que López y su familia visiten desde hace cuatro décadas la Feria de Jocotenango.
“En nuestro caso vemos esto como un negocio que habla de la tradición. En la actualidad, muchos jóvenes no conocen los sabores tradicionales”, cuenta López, quien junto a su esposa ofrecen garnachas —el platillo que más les piden—, jocón, revolcado, churrasco, buñuelos y molletes.
A unos metros de este puesto se ubica la Lotería Huasteca, que acumula más de 75 años de historia. Hoy, su propietario, Luis Castellanos, recuerda este lugar como uno donde también se encontró consigo mismo y en el cual surgió su historia familiar.
Reconoce que de niño no estaba muy interesado en la dinámica del negocio hasta que un día, cuando un empleado que cantaba la lotería se ausentó, le tocó sustituirlo. Desde esa vez, el mundo cambió para Luis.
“Ninguno de mis hermanos quiso involucrarse y a mí me terminó reteniendo, no solo por ayudar a mis papás. Ser parte de la lotería me ha hecho entender que las personas que trabajamos en las ferias podemos hacer muchas cosas. Al final, es algo que me ha dado satisfacciones grandes porque se hace mucho por las demás personas, incluso cuando hay pocas retribuciones económicas”, comparte Castellanos.
Comenta que el tiempo que lleva en el negocio le ha ayudado a observar los cambios en la presentación de los puestos lúdicos en la feria. Entre otros, el tipo de mostradores, mobiliario, adornos y la colocación de juguetes, así como la variedad de premios.
Otra de las personas que ha visto las transformaciones de la feria es Estuardo Fuentes, de 45 años, y el hijo menor de Daniel Fuentes, el encargado de implementar una de las primeras ruedas de Chicago en la Feria de Jocotenango.
Este entretenimiento sigue teniendo presencia en el campo. Cuenta que esta maquinaria ha sido parte de la oferta de Diversiones Fuentes, un negocio que empezó hace más de 50 años cuando su padre alquiló su primera rueda.
Tiempo después, junto a otra persona que se dedicaba a armar dichas estructuras Fuentes construyó su primera rueda de 22 sillas, y años más tarde otra de 26. Ahora forman parte del negocio familiar que continúan sus hijos y que año tras año intentan renovar.
“La rueda de Chicago es un ícono y nuestro reto está en hacerla cada vez más atractiva o diferente. Hemos aprendido que queremos innovar, ya que la Feria de Jocotenango es la más grande del año para nosotros. Además de las ganancias, hemos podido estar de cerca con la gente. En la feria hay una mezcla de personas, de culturas y estratos que por lo general no ocurre en la sociedad, pero que aquí, en medio de la diversión, es posible”, enfatiza.