CATALEJO
Hacha y florete, armas politiqueras o políticas
El hacha es un objeto con mango de madera y una hoja de acero cuyo fin es matar con violencia al enemigo. El florete es una espada delgada y se usa en la esgrima, deporte necesitado de gran habilidad corporal, cuya victoria se logra al alcanzar (“tocar”) al adversario. Las luchas electorales pueden considerarse como batallas para lograr el poder, en las cuales los contendientes pueden escoger cuál de los dos estilos usar. Algunos espectadores, llamados votantes, prefieren ese estilo violento, por ser también brusco, rudo, agresivo y a veces hasta bestial, porque contribuye o causa un espectáculo al cual se va con el objeto de ver sangre (en sentido figurado, claro). Otros se fijan más en los ataques duros, pero con cierta elegancia refinada, al inducir a meditar.
' El hacha ejemplifica la rudeza politiquera; el florete, las estocadas con alguna medida de estilo.
Mario Antonio Sandoval
En Guatemala el estilo grosero, a gritos, por infortunio es el preferido por la mayoría, no interesada en buscar mentiras dentro de los discursos o respuestas, ni de cambiar de opinión, aunque haya pruebas de esas falsedades o exageraciones, ni cuando a pesar de haberse comprobado la falsedad, la siguen utilizando como arma de politiquería. Mentir, entonces, da frutos. Ya sean verdades o mentiras, la oratoria política es considerada sinónimo de gritos, mientras más destemplados, mejor. Los candidatos no gritones tienen por eso mismo un lastre, y se les ve como poco preparados o débiles por su actuar donde se refleja serenidad, conocimiento, criterios sólidos. Esta situación es resultado del desinterés de muchos ciudadanos y es una de las causas del triunfo del populismo.
Los debates entre candidatos son necesarios para permitirle al elector sereno, no fanatizado, conocer las diferencias entre ellos, y quienes participan deben ser cuidadosos en no atacar con hacha ni mentir, sino en presentar puntos de vista sólidos. No son, pues, mítines de campaña, pero por desgracia esta definición o no es conocida por quienes los escuchan o ven cuando son transmitidos por canales de televisión, cuyas reglas deben incluir no proporcionarle las preguntas a un participante, no llevar escritos porque eso significa leer textos cuya autoría nadie conoce. La repetición de críticas en vez de responder a preguntas, incluso si son conocidas, sólo puede ser considerado como escasez de razones. Y si ya han sido respondidas, el efecto negativo es peor.
Los debates no deben tener “hachistas” o “floretistas” y sólo no pierden valor ni efecto cuando ambos comparten uno de esos estilos. De lo contrario, en un país como el nuestro, los agresivos son vistos como superiores porque al gritar y mentir dan la “hachista” y el otro “floretista”, lo cual es una equivocada creencia de considerar a los gritos como prueba de una razón mejor fundada, y lo mismo con quien grita o miente con cinismo, es decir con desvergüenza al hacerlo. Al haber ocurrido mucho de esto en el diálogo, no debate, transmitido el lunes, se justifica afirmar la ausencia de un debate en todo el desarrollo de una campaña plagada de campañas negras, mensajes anónimos, falsificación de propaganda adversaria y una larga serie de acciones criticables.
En el foro, no debate, presentado el lunes, fue claro su conocimiento de las preguntas al responderlas leyendo, y pese a ello sus miradas a la derecha, donde estaban asesores, fuera de cámara. Repitió docenas de veces “yo haré”, como si fuera la elección de monarca absoluta, con lo cual manifestó pensamiento dictatorial y actitud de “sí o sí” como las instrucciones a los fiscales de mesa en Petén. Arévalo debió tener gestos y voz firmes ante los ataques y responder a “uruguayo” mencionando el nacimiento de ella en Belice, y las instrucciones a sus fiscales de mesa de impugnar a todos los otros. En resumen, solo los partidarios de cada uno pueden hablar de una victoria. Pasó sin pena ni gloria, y su peor resultado puede ser causar votos nulos o no asistir el 20 de agosto.