Los miles de jóvenes israelíes habían pasado la noche bailando en una fiesta al aire libre, muchos de ellos lucían camisetas teñidas y blusas cortas.
Pero terminaron la noche en medio de una masacre.
Justo después del amanecer del sábado, cientos de hombres armados palestinos derribaron algunas barricadas entre Gaza e Israel, entraron en decenas de localidades israelíes a lo largo de la frontera y atravesaron a toda velocidad las tierras de cultivo donde la fiesta “rave” estaba llegando a su clímax al amanecer.
Los hombres armados mataron a tiros a más de 100 asistentes de la fiesta y secuestraron a otros, según dos altos funcionarios israelíes, mientras corrían por los campos. Un video verificado por The New York Times mostró a los asaltantes alejándose en una motocicleta con una mujer israelí apretujada entre ellos, la cual gritaba mientras se llevaban a su novio a pie, con el brazo torcido a la fuerza detrás de su espalda.
Los que sobrevivieron lo hicieron por lo general escondiéndose en arbustos cercanos, algunos de ellos durante horas.
Las balas silbaban sobre sus cabezas y los disparos resonaban por todas partes, contó Andrey Peairie, de 35 años, uno de los sobrevivientes. Describió cómo se arrastró hasta la cima de una colina cercana para tener una mejor vista de lo que estaba sucediendo.
“Humo, llamas y disparos”, dijo Peairie, un trabajador de la industria de la tecnología. “Tengo formación militar, pero nunca estuve en una situación como esta”.
Así comenzó uno de los fines de semana más sangrientos de la historia israelí y palestina, cuyos detalles completos comenzaron a salir a la luz el domingo, cuando los sobrevivientes relataron el ataque más complejo y frontal contra su nación desde la guerra árabe-israelí de 1973.
Alrededor de 700 israelíes fueron asesinados y al menos 150 terminaron como rehenes de los combatientes palestinos, según un balance preliminar compartido por un oficial militar israelí de alto rango. Han circulado videos de niños y abuelos que fueron secuestrados de sus hogares en Israel y de carreteras repletas de cadáveres. Un portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de EE. UUU. declaró más tarde el domingo, que “varios” ciudadanos estadounidenses habían muerto en los combates.
El ataque, asombroso en su escala, provocó un feroz contraataque de Israel que ha matado al menos a 413 gazatíes en ataques con misiles y tiroteos, según funcionarios de salud de Gaza.
La violencia comenzó de un modo bastante familiar: con el lanzamiento de cohetes desde Gaza, justo después del amanecer.
Amir Tibon y sus vecinos del kibutz Nahal Oz, situado a unos cientos de metros de Gaza, se han acostumbrado a los frecuentes disparos de cohetes de los combatientes.
Cada casa del kibbutz tiene instalado un refugio antibombas, y los residentes están acostumbrados a correr a esconderse en ellos cada pocas semanas.
Pero poco después de que Tibon, de 35 años, se refugiara el sábado con su esposa y sus dos hijas pequeñas, supo que este ataque era muy distinto.
El sonido de los disparos.
En ese momento se dio cuenta de algo macabro.
“Había terroristas dentro del kibbutz, dentro de nuestro vecindario y, en algún momento, incluso afuera de nuestra ventana”, contó Tibon. “Pudimos escucharlos hablar. Pudimos escucharlos correr. Pudimos escucharlos disparar sus armas contra nuestra casa, contra nuestras ventanas”.
En el grupo de WhatsApp del pueblo, los vecinos publicaban mensajes frenéticos. “La gente decía: ‘¡Están en mi casa, están intentando entrar en el cuarto de seguridad!”, recordó Tibon, periodista de Haaretz, uno de los medios de noticias más destacados del país.
Los mensajes de otros reporteros revelaron noticias aún más aterradoras. Decían que Hamás, el grupo militante que controla Gaza, se había infiltrado en decenas de ciudades fronterizas israelíes y que el ejército israelí tardaría en llegar al pueblo.
Poco después, la señal de cobertura del teléfono celular de Tibon comenzó a fallar.
Veinte kilómetros al este, bien adentro en el territorio israelí, Meitav Hadad y su hermano Itamar no tenían ni idea de que Israel había sido invadido.
Los hermanos habían apagado sus teléfonos por el sabbat judío.
De repente, comenzaron a escuchar disparos en su vecindario de Ofakim, una pequeña ciudad de 33.000 habitantes ubicada en el sur de Israel.
Itamar Hadad, de 22 años, soldado fuera de servicio, cogió su fusil y salió corriendo a la calle. Meitav Hadad, de 18 años, una estudiante de un seminario religioso, lo siguió.
Esperaban encontrarse con un solo atacante, el tipo de agresor solitario que con frecuencia ataca a civiles israelíes, dijo Meitav Hadad.
Pero lo que encontraron fue mucho más impactante: un escuadrón de combatientes palestinos, armados con rifles y un lanzacohetes al hombro, se había infiltrado en su tranquilo vecindario, a kilómetros de la frontera con Gaza.
“No entendíamos lo que estaba pasando”, contó Meitav Hadad.
Aterrorizada, se escondió en un parque infantil.
Pero su hermano siguió adelante y unió sus fuerzas a las de otros dos vecinos armados, según se pudo ver en un video grabado con un teléfono celular. Comenzó a disparar contra los asaltantes, alcanzando a dos de ellos antes de que su arma se encasquillara, lo que lo obligó a resguardarse, afirmó.
Mientras se escondía, los militantes le dispararon tres veces: una en el hígado, otra en la pierna y la tercera en la espalda.
Itamar Hadad perdía sangre rápidamente y no tenía dónde esconderse.
Desesperado por encontrar refugio, empezó cojear yendo de casa en casa, intentando convencer a los residentes para que le permitieran entrar, contó. Nadie se atrevía a abrirle, temiendo que fuera un combatiente palestino.
Para parecer menos amenazador, escondió su arma en una caja de fusibles. Finalmente, una pareja le abrió la puerta y lo metieron rápidamente. Los tres curaron las heridas rasgando sus pantalones y utilizándolos como torniquete, según contó su hermana.
Cuando las fuerzas de seguridad israelíes empezaron a retomar el control de la ciudad, llegaron dos oficiales de la policía para trasladar a Hadad al hospital. Lo sacaron a la calle y le hicieron señas a un coche que pasaba.
Por mera coincidencia, se trataba de la madre de Hadad, Tali.
Tras notar que su hijo no había regresado a casa, la señora Hadad, de avanzada edad, decidió suspender su observancia del sabbath y tomó prestado el coche de un vecino para buscar a su hijo.
Ahora estaba allí para rescatarlo.
A 80 kilómetros al norte, los padres de Tibon, Noam y Gali Tibon, también se dispusieron a rescatar a su familia: dejaron su casa en Tel Aviv, se subieron a su jeep y se dirigieron al sur.
¿Su destino?: el kibutz Nahal Oz.
Noam Tibon contó que ambos solo tenían una pistola para protegerse. Pero no iban a quedarse de brazos cruzados mientras su familia corría peligro.
“Comprendimos que si nosotros no íbamos a buscarlos, nadie lo haría”, dijo Noam Tibon, un general retirado. “Si hay tantos terroristas dentro de Nahal Oz, es que algo se ha derrumbado”.
Mientras conducían hacia el sur, la pareja empezó a encontrarse con controles policiales, en los que los agentes les ordenaban regresar.
“Les dijimos: ‘Escuchen, tenemos hijos y nietos en peligro’”, dijo Noam Tibon. “Y simplemente seguimos adelante”.
A medida que se fueron acercando a la frontera de Gaza, empezaron a encontrarse con juerguistas que huían de la fiesta “rave” y corrían por la carretera con la ropa manchada de sangre. La pareja los llevó a una ciudad cercana. Noam Tibon contó que el borde de la carretera y los campos de cultivo cercanos estaban repletos de cadáveres.
A pocos kilómetros del kibbutz Nahal Oz, Noam dejó a la señora Tibon en un lugar menos peligroso antes de seguir adelante junto a un soldado herido que habían encontrado en la carretera.
Pero antes de llegar al pueblo, se encontraron con un tiroteo entre soldados israelíes y combatientes palestinos. Los dos hombres se bajaron del vehículo y se unieron a la refriega.
Tibon contó que luego puso a salvo a dos israelíes heridos, entregándolos junto con su jeep a su esposa, una historiadora, quien los trasladó a un hospital en dirección norte.
Noam Tibon volvió a regresar al sur, gracias a un amigo, otro exgeneral, que le dio un aventón y con el que dijo que se encontró por casualidad.
En las afueras del kibutz Nahal Oz, afirmó, unieron sus fuerzas a las de un comando israelí que estaba a punto de tratar de retomar el pueblo.
Tras entrar, encontraron las calles repletas de cadáveres, algunos de palestinos y otros de israelíes, contó Noam Tibon.
Entonces procedieron a buscar a los combatientes, casa por casa, para retomar el pueblo.
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En su habitación segura, Amir Tibon y su familia podían oírlos llegar.
Una hora más tarde, se oyó un golpe en la pared de su refugio antibombas, contó Amir Tibon.
“Y escuchamos que mi padre dijo: ‘Estoy aquí’”.