Entendida desde su concepción como un espacio para poner la lupa sobre temas periodísticos de corte social y antropológico, lo que pasó a ser la Revista D terminó por convertirse en la historia de este medio una propuesta para poner en valor la identidad en Guatemala.
A lo largo de más de 900 reportajes y algo más de igual número de entrevistas a personalidades de distintas edades y campos del conocimiento, hemos intentado desdibujar las aristas de una cultura compartida en el territorio que da forma a este país.
Aun con el entusiasmo de este hecho, antes de la publicación de la milésima Revista D identificamos una pregunta muy necesaria, por tratarse de un inserto pensado para y por la cultura.
De manera un tanto obvia y no por ello menos pertinente, nos preguntábamos qué significa eso que llamamos cultura. Sin tener una respuesta absoluta, entre dudas y algunos tropiezos alcanzamos este ejemplar histórico. Lo hacemos con más preguntas, por supuesto. ¿Qué sería de este producto sin el riesgo a perderse y acercarse más a lo desconocido?
Resulta complejo constreñir el término cultura a un único concepto por su aparente nebulosidad, pero en especial por la incomprensión de lo que puede generar en el mundo y la sociedad. En su libro Cultura ingobernable, publicado en el 2022, la investigadora española en políticas culturales Jazmín Beirak establece lo “cultural” como un universo mutable, sin límites y en permamente expansión.
Para la investigadora, este concepto funciona a la vez como algo “abierto, contradictorio e inacabado”. En su publicación, Beirak busca dirigir la atención hacia lo que implica y abarca la mutabilidad de la cultura y los cambios que puede desencadenar en una sociedad. “Las prácticas culturales tienen que ver con esa generación de comunidad que tanto se reivindica en tiempos individualistas”, aseguraba la autora en una entrevista a El País.
Considera que a la cultura se le vincula con tres nociones o ejes de debate. El primero se relaciona con el que se “dibuja en la distinción entre cultura como aquellas manifestaciones que se producen exclusivamente en el campo de las artes, y culturas como prácticas y modos de vida”. El segundo se ubica frente a una perspectiva que “la entiende como industria y sector profesional, y otra como un ámbito de derechos ciudadanos”. El tercero, valora Beirak, es el que plantea una “dicotomía entre la llamada ‘alta cultura’ y la cultura popular”.
Además de estas perspectivas, la investigadora define los orígenes de la palabra cultura en las primeras páginas de su libro. Para ello cita al antropólogo inglés Edward Burnett Tylor, quien definió por primera vez la palabra “cultura” como “todo un complejo que comprende el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y las otras capacidades o hábitos adquiridos por el hombre en tanto miembro de la sociedad”.
De igual manera, Beirak refiere que el concepto surge del vocablo latino colere, que significa “cultivar”, “proteger” u “honrar con adoración”. Asimismo, señala que en el romanticismo alemán el término kultur expresaba la “identidad particular de los pueblos y fue uno de los sustentos sobre los que se construyeron los Estados-nación”.
Para ejemplificar de qué trata, expone que abarca el derecho de propiedad intelectual, el patrimonio cultural, el propio acceso a la cultura, la creación artística y el derecho a la identidad cultural, por mencionar algunos. No obstante, según la autora su significado sigue siendo confuso para muchos, por su amplitud.
La cultura en Guatemala
A criterio de Max Araujo, jurista especializado en Derecho cultural y escritor, la cultura en Guatemala exige una reflexión que puede resultar espinosa, porque el término no es analizado con precisión. Dice que en el país hay tres formas erróneas de concebir el concepto:
Primero, se asocia con una amplia capacidad de conocimiento, razón por la cual se cree que “culta” es la persona que sabe mucho. Por otra parte, así se califica un determinado comportamiento social.
“Creo que la cultura significa muchas cosas: la forma en que se construyen las casas, el idioma, la economía, la filosofía, la gastronomía, la literatura, la oralidad, la indumentaria, la religión, el sistema de salud, la cosmovisión, el
sistema jurídico y el sistema político (…) Es algo aprendido”.
Lina Barrios, antropóloga
“Otra idea errónea relaciona a la cultura con la forma de comportarse según reglas sociales establecidas por un grupo social dominante. En el caso de Guatemala, las reglas de los guatemaltecos mestizos o ladinos de clase alta, que es el grupo hegemónico en el país y se basan en maneras de ser del mundo occidental”, señala Araujo en su publicación sobre cultura y patrimonio cultural, La cultura como el motor del desarrollo integral.
La tercera concepción es que solo se aplica a expresiones artísticas:
“Tenemos mucho por hablar de cultura, pero lo cierto es que hay un desconocimiento por esas razones expuestas. La verdad es que todas las personas tienen una cultura”, remarca Araujo, quien recomienda valerse del significado de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) al respecto, que lo describe como “el conjunto de rasgos distintivos, espirituales, materiales, intelectuales y afectivos de una sociedad o grupo social que comprende, además de las artes y las letras, los estilos de vida, las formas de convivencia, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”.
De acuerdo con Araujo, con lo anterior se hace referencia a varias expresiones que comprenden muchas vertientes, entre ellas las artísticas de cualquier área, las ancestrales, las tradicionales —como artesanías, textiles o gastronomía—, las prácticas sociales y religiosas, las tecnologías de la información, los medios de comunicación, la moda, la arquitectura y el diseño de cualquier objeto. Por lo tanto, entender qué es cultura puede fomentar el sentido de pertenencia de las personas a un lugar.
Este reconocimiento se encuentra legislado en la Constitución. En su artículo 57, indica: “Toda persona tiene derecho a participar libremente en la vida cultural y artística de la comunidad, así como a beneficiarse del progreso científico y tecnológico de la nación”.
En el país existen cerca de 500 normas que se vinculan a la reflexión legal sobre la accesibilidad cultural. En palabras de Araujo, esta legislación responde a “las necesidades y requerimientos para la salvaguardia” del patrimonio cultural, tanto tangible como intangible.
A propósito de esto, señala una diferencia importante entre lo que se entiende por derecho a la cultura y derecho de la cultura. El primer término hace referencia al derecho que tienen todas las personas por ser “hacedoras y portadoras” de expresiones culturales, así como de participar libremente en la vida cultural y acceder a la educación formal.
El segundo —que hace referencia al derecho de la cultura— se refiere a un conjunto de normas jurídicas relacionadas con la cultura y su patrimonio. En Guatemala estos derechos están contemplados en la Carta Magna, en convenciones internacionales, leyes ordinarias, acuerdos ministeriales y acuerdos gubernativos.
Aunque la legislación relacionada es extensa, también lo es que los desafíos son muchos para los gestores y los interesados en la cultura. Entre otros, las limitaciones económicas en distintas escalas.
Aunque el Ministerio de Cultura y Deportes supone un pilar en este campo —y, por ende, una asignación establecida— el presupuesto de cultura y patrimonio se reduce a la par de lo que recibe el Viceministerio del Deporte y la Recreación. “Se ha creído que la recreación solo es actividad física, pero el uso del tiempo libre también puede representar una recreación pasiva como leer un libro o escuchar música”, reflexiona Araujo.
“Si tomamos en cuenta que es el pueblo el que da sentido a su cultura, desde la institución educativa está el pendiente de atender la movilidad del término al paso de la realidad”.
Flor Yoque, diseñadora de experiencias educativas
Más allá de lo escrito y legislado, el diálogo y los sentidos se suman al intento de comprender la cultura en el país. Desde el 2021 se impulsa el proyecto Sede/Cult, comprendido también como un “Sentidotorio de Derechos Culturales”, a través del cual se insiste en la visualización y acceso a esta materia, que toma en cuenta los derechos humanos.
Entre sus propuestas destaca la apertura a la conversación, a través de escritos y reflexiones que se publican en el sitio web del Sentidotorio y cuentan con la pluma invitada de agentes, promotores y líderes involucrados en espacios culturales.
Para André de Paz, sociólogo, artista, productor y coordinador de Sede/Cult, la importancia de abrir este espacio para la sociedad y la cultura consiste en desafiar el silencio heredado en el país. El investigador agrega que la problemática más evidente que han observado con el Sentidotorio es que en esta sociedad de diversidad cultural predomina una historia de imposiciones que se manifiesta de manera cotidiana en la violencia, ya sea por el temor al salir a la calle o cuando escondemos nuestras cosas.
“Guatemala es un rico legado con profundas raíces ancestrales. La investigación arqueológica demuestra que somos una cultura dinámica, relevante y sofisticada desde sus orígenes”.
Bárbara Arroyo, arqueóloga
“Lo primero que genera la violencia es miedo. Ese miedo se convierte en silencio y ese silencio es contrario al diálogo, que es la base de la convivencia, la cual se genera a partir de la diversidad cultural”, manifiesta.
Asimismo, hace ver que en la medida que los diálogos permanezcan ausentes, resultará más difícil comprender quiénes somos los que habitamos este territorio. De forma paralela, esto afectaría las posibilidades de comprender la pluriculturalidad de la que se habla en Guatemala, y por lo cual Sede/Cult se interpreta como un “sentidotorio”.
De Paz indica que este término creado entre varios gestores y artistas de Guatemala busca trabajar como observatorio social, y con esa proyección la plataforma opera como un “lugar para observar y honrar la naturaleza de la cultura a través de la activación de los sentidos”. Añade que este espacio se ha planteado el reto de ampliar los códigos de la cultura con una dimensión que involucra los derechos humanos.
“Tenemos un gran legado cultural en toda la arquitectura prehispánica y que de alguna forma hemos negado. Nos ha dejado grandes lecciones de cómo se pueden experimentar los espacios exteriores que dan
una posibilidad de vivir en civilización”.
Romeo Flores, arquitecto
El entrevistado privilegia la necesidad de insistir en el desarrollo cultural de Guatemala —en los conceptos antes expuestos—, que hasta ahora se ha relegado como un espacio secundario, despojado de los múltiples aspectos que conforman la identidad guatemalteca.
“Ayuda a que nos veamos, a que nos escuchemos y nos sintamos. La cultura puede ser un derecho humano o una dimensión de la vida indispensable para vivir bien, con dignidad y ser libres. Nos interesa hablar de la cultura en clave de derecho, para entender que todos somos portadores y merecedores de cultura. No obstante, cada quien puede ir construyendo su propio concepto”, subraya.
La cultura como ejercicio editorial
Con la misma idea de poner en valor la proyección cultural, Prensa Libre imaginó la Revista Domingo para llevar a los guatemaltecos información periodística con otras propuestas.
El esfuerzo que comenzó con una visión crítica de la humanidad se fue transformando con los años hasta convertirse en una miscelánea de referencias identitarias, promovidas por especialistas en temas que han ido desde la antropología hasta el arte, pasando también por publicaciones sobre gastronomía, historia, biología, astronomía, religión y folclor.
“(Las actividades culturales artísticas) destacan la recuperación de algunos espacios públicos, la activación del comercio local, la participación de la comunidad en un ambiente sano y libre de violencia”.
Jeanette Jiménez, colectivo Cultural Pie de Lana
Gustavo Montenegro, quien fungió como uno de los editores de este espacio desde el 2004 hasta el 2022, estima que la continuidad de este producto, durante los últimos 50 años, ha procurado honrar el ejercicio básico del trabajo periodístico. “Todo periodismo es cultural, ya que en sus ramas y temáticas construye el relato de una sociedad, un entorno, y genera aprendizajes”, asevera.
Agrega que la llegada de la Revista Domingo supuso un refrescamiento en la manera de consumir periodismo. “Cuando empezó el producto en los ochenta, el periodismo escrito en papel era bastante fuerte. Cuentan que la revista generó una buena recepción por su componente de lectura relajada que tenía varios temas sobre ciencias, artes y análisis de hechos ocurridos en la semana”.
Tiempo después, en los noventa, se decidió establecer el reportaje y la entrevista como ejes inamovibles de dicho espacio editorial. Sus contenidos se volcaron al análisis antropológico y, con ello, la revelación de mucho de lo ocurrido durante el conflicto armado interno. Llegados los 2000, el enfoque tomó un rumbo más amplio y se asimiló en el abordaje de la cultura popular, la filosofía o el arte, con el propósito de otorgar dinamismo a las miradas sobre la historia no oficial de Guatemala.
A propósito de esta reflexión, Montenegro cuenta que la misión de la revista resalta por poner de manifiesto realidades, sueños y aportes de personas, grupos o entidades que no están presentes en el día a día. “Esta vitrina los coloca en la vista del público, para que pasen a formar parte de la cultura. Por un lado, el periódico registra a diario la historia oficial, pero la revista se ha encargado de escribir la historia no oficial”, apunta.
999 números después de su primera aparición, lo que hoy conocemos como Revista D intenta seguir dando a conocer la Guatemala pluricultural. También es, en palabras de Montegro, una formulación para dirigir la mirada a lo inagotable de la existencia. “Esta pequeña revista aporta una humanidad que abarca vida, sensibilidades, contextos y la identidad que nunca se acaba. Si negamos la identidad, ¿qué somos, entonces?”, concluye.