NOTA BENE
Estado rentista
La democracia es un método adecuado para elegir gobernantes, pero los rasgos negativos del método han socavado los límites al poder incorporados en la república constitucional. Lo que tenemos hoy es un gobierno rentista, es decir, dominado por la búsqueda de rentas, y su concomitante economía mercantilista que favorece a quienes tienen conexiones con el poder político. Nuestros políticos y burócratas dispensan favores y fondos públicos a una ecléctica y abundante colección de grupos de interés, que compiten entre sí para acceder a ventajas a costillas de otros. El resultado es el empobrecimiento de la ciudadanía y la erosión de las instituciones políticas y económicas.
' Mayorías, minorías y facciones problemáticas.
Carroll Ríos de Rodríguez
Los padres fundadores de Estados Unidos, y en especial el segundo presidente, John Adams, intuyeron que esto podía ocurrir en la república constitucional que diseñaron. Temían la formación de facciones, tanto de grupos de interés como de partidos políticos, porque ellos desvirtuarían la democracia para favorecer a unos cuantos en detrimento del interés general. Adams fue el único de los padres fundadores que usó la frase “tiranía de mayorías”, aunque James Madison advirtió en El Federalista No. 10 que las “facciones” más poderosas podrían llegar a ser opresivas.
Washington, Adams, Madison y sus colegas buscaron establecer unas reglas que impidieran el auge de un dictador o de una mayoría opresiva, y optaron por dar forma a una república constitucional respetuosa de la libertad de los ciudadanos y de los estados que componían la federación. En Pensamientos sobre el gobierno (1776), Adams escribió que las tres ramas del gobierno deben separarse para prevenir una gestión tiránica. Promovió la redacción de una constitución capaz de restringir los excesos del método democrático y de la aristocracia.
En la actualidad, pocos políticos escribirían lo que Adams escribió a su esposa Abigail, en 1780, desde París: “Yo debo estudiar política y guerra para que mis hijos tengan la libertad de estudiar matemáticas y filosofía. Mis hijos deben estudiar matemáticas y filosofía, geografía, historia natural, arquitectura naval, navegación, comercio y agricultura para dar a sus hijos el derecho a estudiar pintura, poesía, música, arquitectura, escultura, tapicería y porcelana”. Es fácil imaginar el impacto cautivador que tuvo la bella arquitectura, música y arte de Francia en Adams. Cayó en cuenta que únicamente las sociedades prósperas liberan tiempo y recursos para la belleza. Esa prosperidad se logra si la primera generación sienta las bases para una convivencia pacífica que a su vez permite a la segunda generación emplear su tiempo en actividades productivas —libres, no rentistas—.
Adams regresó a Estados Unidos tras 10 años de ausencia, en 1788, para ver las pugnas entre los miembros del gabinete del nuevo gobierno. Ya para 1792 se habían formado dos partidos. Alexander Hamilton lideraba a los federalistas, quienes favorecían un gobierno central fuerte y querían fortalecer a la industria, los mercaderes y los banqueros. Su oposición demócrata-republicana, encabezada por Jefferson, apoyaba a los terratenientes agrarios y pretendía restringir el alcance del gobierno federal. Un consternado Washington advirtió que los partidos podían convertirse en una maquinaria potente para que hombres sin principios se hicieran del poder para promover sus propios intereses.
Al igual que Adams, debemos evaluar qué reglas podrían eficazmente meter al genio de regreso en su lámpara, e impedir que los funcionarios públicos posean poderes discrecionales para satisfacer intereses sectoriales a su antojo. La única forma de acabar con el rentismo es ir a la raíz: el mal uso del poder gubernamental.