Pero ¿se imagina cuántos millones de árboles hay que sacrificar cada año en el mundo para que adornen nuestros hogares durante sólo unos días?
Los ecologistas no se ponen de acuerdo sobre la conveniencia de mantener o no la tradición de los árboles navideños -sean naturales o artificiales- y algunos de ellos abogan incluso por lo que parece a priori una causa perdida: concienciar a la opinión pública mundial para desterrar definitivamente este adorno de Navidad.
Imaginar unas fiestas navideñas sin árbol es casi imposible. En países de tradición latina el belén es el adorno más importante en Navidad, pero el árbol, de origen anglosajón, ha ganado terreno y en muchos sitios ha desbancado al belén o convive sin problemas con el misterio, la mula y el buey en el pesebre, y el castillo de Herodes.
Un árbol con dos mil años de historia
La costumbre de adornar un árbol durante las fiestas de Navidad es una tradición de más de dos mil años, anterior al cristianismo y vinculada a los ritos de renovación, renacimiento y fuerza.
Los pueblos indoeuropeos creían en las virtudes mágicas del roble como símbolo de fortaleza y como expresión de la fuerza fecundante de la Naturaleza. Esta creencia ha llegado hasta nuestros días con expresiones tales como “fuerte como un roble”.
Durante los inviernos, estos pueblos comenzaron a adornar con todo tipo de objetos los robles en la época invernal, para compensar así su falta de hojas y auspiciar el retorno de la fuerza creativa de la Naturaleza, que haría renacer el árbol con la llegada de la primavera.
En el siglo VIII, el cristianismo era ya la religión más importante de Europa y, según una leyenda, un viejo roble con las ramas cubiertas de adornos cayó sobre un abeto, que resistió el embate sin sufrir daño alguno.
Los cristianos vieron en ello un triunfo de la “nueva era” sobre el viejo paganismo representado por el roble. Así, el abeto, cuya forma triangular recuerda a la Santísima Trinidad, y que además permanece siempre verde, se convirtió en el símbolo navideño de las comunidades cristianas.
Esta es sólo una de las muchas leyendas que tratan de explicar el origen de la costumbre del árbol de Navidad. En tanto, las crónicas cuentan que, en 1841, el príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria de Inglaterra, fue el primero que adornó su residencia del castillo de Windsor con un árbol navideño.
Seis años más tarde, un vecino de Ohio llamado August Imgard fue el primero que instaló un árbol de Navidad en Estados Unidos. Esta costumbre se extendió después por el resto de América.
Una tradición que contamina
Adornar un árbol era en sus orígenes un homenaje a la Naturaleza y una plegaria para que volviera a “renacer” tras el frío invierno. Ahora, los árboles de Navidad son una amenaza para esta misma Naturaleza.
Los árboles que se venden con motivo de la Navidad proceden en muchos casos de viveros y han sido plantados y criados precisamente para servir de adorno en estas fechas. En numerosos países existe la costumbre de devolverlos al vivero después de las fiestas para que sean replantados y puedan seguir viviendo.
Pero sólo uno de cada mil de estos abetos “podrá recuperarse”, según la organización española Comisión Medioambiental de Ecologistas en Acción.
Expertos de esa entidad sostienen que “es muy difícil” que los abetos sobrevivan una vez replantados ya que son de una especie autóctona perteneciente a países del norte de Europa que no se adapta bien a las características de los ecosistemas mediterráneos. Además, afirman que la venta “masiva” fomenta la “concepción” de los árboles “como objeto de usar y tirar”.
* Con información de EFE.