Repasemos nuestra historia. Bajo el dominio Español (1524-1821) nuestra región preservó una rígida unidad política y territorial que en su proceso evolutivo llegó a constituir la Capitanía General de Guatemala. De 1821 a 1900, Guatemala experimentó, al igual que toda la región latinoamericana, un “vacío temporal de dependencia” como lo expresó y explicó Sergio de la Peña, en su obra El antidesarrollo de América Latina. Efectivamente porque las grandes potencias en la era del capitalismo incipiente y el socialismo por surgir —EE. UU., Alemania, Inglaterra, Francia, URSS y Japón— aún no se habían repartido las principales regiones del mundo.
No obstante, en Guatemala el enfrentamiento político y militar entre conservadores y liberales ya había llegado a situaciones extremas. Fue en 1944, producto de la Revolución de Octubre, cuando esa pugna y las implacables dictaduras desaparecen. Pero en 1954 se instituye el principio de lo que llegaría a ser el enfrentamiento histórico más violento y radical en nuestro país, producto del triunfo contrarrevolucionario. La confrontación ente EE. UU. y la URSS —como principales protagonistas globales— tuvo en nuestro país uno de sus escenarios más convulsos, en donde el conflicto armado interno —1960/1996— le significó a nuestro país cientos de miles de muertos, desaparecidos, exiliados y desplazados internos. El 29 de diciembre de 1996 se firmó un documento que, en resumen, en su núcleo central implicó que la URNG renunciara a la lucha armada, entregase sus armas y optase por convertirse en un partido político. Los acuerdos sustantivos de trascendental importancia, particularmente aquellos dirigidos a la transformación estructural de nuestra sociedad, fueron subestimados a lo largo del tiempo, en especial lo referente a la situación agraria, la inclusión y reivindicación de los pueblos indígenas, en un modelo que debió ser políticamente democrático y económicamente más equitativo. Lejos de desarticularse la confrontación ideológica entre “izquierda y derecha”, la polarización se preservó llegando incluso en momentos cíclicos a la exacerbación.
La URSS ya no existe y EE. UU. está siendo desplazado en diversos ámbitos por potencias emergentes como China e India. Sin embargo, acá esa pugna cargada de patología e intransigencia, sigue absurdamente viva. Mientras para unos la estrella negra sobre el fondo rojo exige la “patria libre o muerte”, otros, no menos reaccionarios, siguen avivando instancias “contra terroristas”. Dos formas anquilosadas de interpretar el mundo, dos formas de expresión patológica que “no entienden que no entienden” la dinámica de la historia y de los pueblos del mundo.
Lo expresaré contundentemente: necesitamos del capital y de las inversiones porque estas son el carburante de toda economía funcional, pero eso sí, inversiones responsables en lo fiscal, en los derechos laborales, en el respeto al ambiente natural y sobre todo, hacia la política, renunciado a la cooptación del Estado. Pero también necesitamos una política social expansiva y contundente que erradique las históricas injusticias sociales, en donde los pobres sean los protagonistas principales por sobre toda condición. Inversiones y política social, deben ser los ejes de todo gobierno que se considere responsable y comprometido. Los radicales y los reaccionarios, deben comprender que el mundo cambió, que deben dejar de ser la piedra en el camino. Y que el derecho a construir una Guatemala distinta le pertenece al pueblo, con un nuevo liderazgo para una nueva Guatemala.
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