EDITORIAL
Deserción preescolar es una grieta creciente
Hace una década, según cifras oficiales, la cobertura de educación preprimaria —eslabón fundamental en la formación de habilidades infantiles psicomotoras, kinéticas, lógicas, numéricas y fundamentos del lenguaje escrito— arrastraba un déficit de cobertura: solo 60% de la niñez en edad preescolar asistía a las aulas, públicas o privadas. La pandemia no hizo sino agravar tal brecha y todavía no hay una recuperación. Hubo ciertas alzas en matrícula preprimaria en el 2021 y el 2022, pero en el 2023 volvió a caerse la inscripción de niños de 4 a 6 años, sobre todo en colegios. Podría suponerse que quizá fueron inscritos en planteles públicos, pero las cifras no cuadran, lo cual lleva a deducir una deserción sensible.
Es una realidad preocupante, porque la receptividad neuronal de esta etapa es excepcional, pero se desperdicia al quedar a expensas de crisis económicas hogareñas, lejanía de planteles en áreas rurales o incluso suposiciones erróneas de padres o encargados, como creer que los pequeños se nivelarán forzosamente al entrar de romplón a primero primaria a los 7 años y a veces más tarde aún.
Más de 11 mil niños que se inscribieron para iniciar o continuar la preprimaria en el 2022 ya no regresaron en el 2023 a establecimientos privados, un dato que refleja la dimensión de la crisis que afecta la asistencia escolar a este nivel. Es probable que los ingresos familiares no alcancen para cubrir colegiaturas, pero el Estado está obligado a facilitar la cobertura educativa y brindar información sobre cómo matricularse en este y otros niveles, lo mismo que proveer materiales didácticos. No obstante, la infraestructura es insuficiente, a menudo obsoleta y en áreas rurales tal cuadro se completa con la falta de docentes.
El impacto de la pobreza en ciertas regiones conecta el problema de la desnutrición con el de la inasistencia escolar o las deficiencias de aprendizaje. Algunos gobiernos han planteado abordajes conjuntos, que abarcan el complemento alimentario que a veces termina siendo la única comida que ingieren los niños. Lamentablemente, la distorsión clientelar de programas sociales ha entorpecido el monitoreo, sobre todo cuando no se exigen verificaciones de asistencia a las aulas, así como a controles de talla y peso. No obstante, ofrecer desayuno escolar y refacción a los niños puede ser un incentivo para la matrícula oficial.
En cuanto a la infraestructura, los mayores ruidos provienen de la sombra de la corrupción y los contratos a dedo, además de afanes propagandísticos. Basta citar el inconcluso proyecto de “escuelas bicentenario” —que pretendía emular las tipo federación de hace 80 años—, pero cuyo nombre parece aludir a la tardanza en construirlas. Dos de ellas recién se adjudicaron en los últimos días del anterior gobierno por montos dignos de ser revisados. Sí se necesitan edificios escolares remozados, con diseño moderno y uso eficiente de energía. Bastaría ver la escuela de Ricardo Arjona en El Progreso para tener un modelo integrado, estético y funcional.
En el mundo existen modelos de alta eficiencia didáctica, impartidos incluso a distancia por docentes destacados mientras en el aula hay un maestro monitor o madres voluntarias a cargo de cuidar la atención y el desarrollo de tareas asignadas. No se pueden lograr resultados diferentes si se siguen repitiendo las mismas fórmulas burocráticas atadas a pactos y a los caprichos de dirigentes venales. La educación preprimaria le sirve al niño si llega a tiempo; si no, se convierte en una brecha en las estadísticas y una grieta en el desarrollo personal.