Escenario

El enigma de los ayudantes

Desde hace décadas va el mismo muchacho colgando de la puerta del autobús.

No envejece; tiene arrugas, bigote, barba, otro corte de pelo y hasta tatuaje en el cuello. Aunque nacido en la década de 1990, se parece mucho al que viaja, hacia ningún destino, desde los ochentas y los setentas. Le llaman “el ayudante”, pero en honor a la verdad, no ayuda mucho. Ahora se ha puesto de moda que se coloquen como escudos humanos para detener el tránsito sobre la vía principal, a fin de que el conductor meta la trompa del bus. Algunos conductores se resisten y les echan el carro.

Siguen cobrando el pasaje y hasta hacen protesta cuando se decreta retirarlos porque sus servicios no son necesarios. En verdad, ninguna colegiala necesita que le pongan la mano en la espalda, la cintura o más abajo para “ayudarle” a subir al bus. Curiosamente, a las ancianas no les ayudan.

Les encanta ir haciendo piruetas, colgarse de un brazo, asidos del espejo o de la barra de metal atornillada. Se sientan en la grada y cuelgan los pies mientras el bus va despacio en el embotellamiento. Hostigan a la gente para que se reduzca a su mínima expresión y quepa. Es probable que se crean privilegiados en un mundo de limitaciones; se creen ángeles, apolos, semidioses que vuelan raudos en un carro de fuego desvencijado.

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