Civitas
Lágrimas y la construcción de una nación
Tomemos el ejemplo de los mejores, de los ganadores, y transformemos esa alegría en una buena nación.
Estaba a la mitad de una reunión cuando mi teléfono se inundó de mensajes. Los leí y automáticamente comenzaron a llenarse de lágrimas mis ojos. La noticia de la primera guatemalteca, Adriana Ruano, en ganar una medalla de oro en los Juegos Olímpicos (JJOO) despertó el aplauso de todos en la sala. La dedicación y excelencia de Adriana no solo terminó de despertar a todos en esa reunión mañanera, también enardeció los ánimos de un país entero.
¿Por qué nos hacen llorar las olimpiadas? La pregunta parece trivial. Sin embargo, la respuesta nos da luces del sentimiento patriótico y la alegría que dan los valores y metas compartidas con nuestros conciudadanos. Las olimpiadas representan algo universal, pero también tienen un peso particular para cada atleta y para cada país representado.
Por un lado, muestran la humanidad que nos une. Es decir, el esfuerzo individual, el sentido de compañerismo, la humildad o el orgullo, y también la satisfacción de buscar la excelencia. Imágenes como las de jóvenes de Corea del Norte y Corea del Sur compartiendo un podio tomándose una selfie que nunca hubiera sido posible en otra circunstancia, atletas que rompen en llanto y el primer refugio que buscan para celebrar son los brazos de sus padres, o jóvenes que planean su próximo TikTok para cuando ganen el oro, y así muchos ejemplos de actos que humanizan a atletas que parecen fuera de este mundo.
La alegría, orgullo y fervor por Guatemala no debería ser de vez en cuando o circunscribirse únicamente a cuando se gana en eventos deportivos; bien debería ser a diario.
No obstante, cada atleta tiene una historia diferente que nos obliga a entender que los JJOO significan algo distinto para cada uno de ellos. Para la mayoría de los atletas es superar marcas personales, aspirar a ser los mejores de su disciplina o representar con honor a sus países. Sin embargo, para otros puede significar una bocanada de libertad. No es por nada que siempre que hay eventos deportivos internacionales, atletas cubanos deciden huir. Para ellos los años de trabajo no solo representan satisfacción deportiva, significan una oportunidad de ser libres porque la opresión en su país no tiene límites. Para otros, como los norcoreanos, significa conocer un mundo (aunque aún de manera limitada) totalmente distinto al suyo. Son historias como las de la cubana Dayle Ojeda, que escapó en estos JJOO, o las caras de extrañeza de la delegación de Corea del Norte las que nos demuestran que efectivamente debemos valorar y cuidar la libertad y las oportunidades que tenemos.
Por otro lado, lo que significa para un país entero que los mejores nos representen es abrumante, puesto que es un gran orgullo compartido. Es en estos momentos cuando vemos explícitamente el patriotismo y el afecto que le tenemos a nuestra nación. Como definió Ernest Renan: “Una nación es una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios que se ha hecho y de aquellos que todavía se está dispuesto a hacer… una nación es un plebiscito cotidiano”. Si una nación es un plebiscito de cada día, tenemos una responsabilidad compartida de tomar buenas decisiones, actuar éticamente, respetar la libertad, garantizar la República en la que vivimos y poner de nuestra parte para que esa nación se sostenga. No es a veces, es todos los días. La alegría, orgullo y fervor por Guatemala no debería ser de vez en cuando o circunscribirse únicamente a cuando se gana en eventos deportivos; bien debería ser a diario. Eso sí, es posible únicamente si aportamos a construir la nación que queremos. ¿Hay obstáculos para ello? De seguro. ¿Es una batalla que debemos abandonar porque existen obstáculos? No, así que tomemos el ejemplo de los mejores, de los ganadores, y transformemos esa alegría en una buena nación.