Escenario

Al ocaso nadie lo aliena

La serpiente tiene hoyos a medio tramo, pero eso no impide que coletee, como intentando quitarse de encima el insecto motorizado que no deja de subir sobre ella. Se resigna y lo deja seguir.

Montaña con sol, sol que murmura entre las hojas, hojarasca que le recuerda a las jovencitas matas de café que hubo tiempos de bonanza y que alguna vez volverán.

Las rocas de las barrancas de Ixhuatán, Santa Rosa, cuentan secretos milenarios en un idioma que se ha perdido. Solo lo entienden, como decía Khalil Gibrán, los niños de pecho, pero cuando por fin nos lo podrían traducir han olvidado el mensaje, se les ha vuelto orquídea sobre un árbol, montaña que mueve la mano para decir adiós al domingo perfecto (otro) y árbol de almendro que parece preguntarse ¿qué hago aquí? La duda le llegó de pronto, al verse rodeado de gallinas, ponedoras o de engorde, que buscan en el pequeño río jabonoso que sale de un lavadero, el sabor que un día le darán al caldo o al desayuno.

Niños traviesos, con raspones en las mejillas, pero no por el maltrato, sino por las aventuras montaña arriba o patio abajo, en un entorno musicalizado por el ritmo de la banda duranguense; contaminado, diríase, pero quién se va a poner a pelear con la alegría de la gente. Lo cierto es que a este ocaso nadie lo puede alienar, excepto la noche.

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