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Carlos Chaclán: El artista que le da sonido a la tierra con instrumentos prehispánicos
El artista, restaurador y docente comparte varias de sus reflexiones sobre la creación de instrumentos sonoros y esculturas a partir del barro.
Chaclán comenzó a ejecutar instrumentos musicales prehispánicos después de aprender a construirlos él mismo. (Foto Prensa Libre: Alejandro Ortiz López)
A pocos días de haber cumplido 69 años, Carlos Chaclán nos recibe en su hogar. En una sala que también es taller y pequeña galería donde exhibe varias piezas artísticas, el escultor procura una charla con la que regala nuevas formas de entender el barro, ese material que le ha acompañado cinco décadas y que lo ha llevado a México, Estados Unidos, Noruega o Finlandia, donde ha exhibido piezas hechas a pulso y paciencia con evocaciones prehispánicas.
A partir de sus manos, Chaclán ha moldeado piezas que representan cuerpos humanos, figuras zoomorfas e instrumentos musicales que se interpretan con el soplo y con las palmas. Ocarinas, flautas, silbatos, vasijas y tambores llevan la marca de Carlos Chaclán, quien más que entenderse solo como un artista, opera como pedagogo de la tierra.
Su historia de creación empezó incluso antes de conocer eso que llaman arte y que Carlos ha sabido amaestrar tanto como autor y como restaurador de piezas arqueológicas —en el Museo Popol Vuh fungió con ese rol durante varios años e incluso colaboró con el Museo Simithsoniano, uno de los más reconocidos de Estados Unidos—.
El vínculo de Chaclán con la tierra empezó en Totonicapán, su lugar de origen, cuando apoyaba en las faenas a su padre, quien era el único hombre de la comunidad que hacía tejas. “Todos los días había que amasar el barro, pero con los pies, no con las manos. Mi papá tenía un asistente que también estaba ahí, pero yo me metía, porque me gustaba sentir el barro. Era una relación como desde el juego. Yo tenía quizás 6 años, o algo así, cuenta Chaclán más de cinco décadas después.
Su historia continúa con el momento en que decidió tomarse aquel juego más en serio e ingresó a formarse en el Centro Artesanal de Totonicapán, donde conoció nuevas técnicas para moldear la tierra. La obsesión por ese material y las posibilidades que reconocía en sus manos lo llevaron a más de 170 kilómetros, a la zona 1 capitalina, donde estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (Enap).
Posteriormente, abrió un inmenso surco que lo llevó a México para estudiar técnicas ancestrales de cerámica con un claustro de maestros japoneses en la Organización Mokichi Okada. Los frutos de ese viaje siguen evidenciándose para Chaclán, quien no solo ha participado como artista ceramista en exposiciones locales y fuera de Guatemala, sino que también ha trabajado como educador.
Fundó la especialidad de cerámica en la Enap y también ha facilitado talleres junto a entidades como el Centro Cultural Municipal de Guatemala y el gobierno de Francia, que lo nombró Caballero de la Orden de las Artes y de las Letras. “El hecho de ser maestro no significa saber todo, sino que simplemente es en ese trabajo de enseñanza donde se aprende”, asegura Chaclán.
¿A qué suena el barro para usted?
Hay tantos sonidos que son especiales. No hay ninguno igual. Aun haciéndolo con molde siempre hay una pequeña variación, y eso es sabroso, porque sale del mismo barro cuando está crudo, en húmedo.
Para poder crear estos instrumentos, uno tiene que manejar el barro con mucho cariño. Dependiendo del tamaño, así es el sonido. Antes de crear la pieza, hay que saber cómo deseamos que suene. Incluso el sonido cambia cuando se hornea o se seca.
Menciona que hay que ser cuidadoso con la tierra, un material que para muchos es subestimadado por lo rústico que es.
En una oportunidad hice una exhibición aquí, en Guatemala, donde yo decía: Quiero pedirle perdón a la tierra porque la sacrifico a calores intensos.
TRAYECTORIA DE CARLOS CHACLÁN
Se formó en el Centro Artesanal de Totonicapán, la Escuela Nacional de Artes Plásticas y la Organización Mokichi Okada, en México.
Ha trabajado como restaurador en el Museo Popol Vuh y el Proyecto arqueológico Tak ’alik A’baj’. Colaboró con el Museo Smithsoniano de Estados Unidos y ha expuesto sus obras
en Guatemala y México.
Varias de sus piezas forman parte de colecciones en Panamá, México, Estados Unidos, Noruega, Finlandia, Dinamarca y Francia.
¿Cuál diría que es su barro predilecto para trabajar?
Me gusta mucho el barro que tiene mucha plasticidad, pero hay que trabajar ciertos materiales para que realmente funcione mejor. Me gusta el barro de Chinautla y uno que hay hacia Esquipulas; creo que está en San Antonio La Paz, El Progreso.
Los canales que pasan por la carretera están llenos de ese barro, y tiene buena mica —mineral que traen algunas tierras—. También en Guaytán hay un barro que puede ser un poco más delgado y tiene buen brillo.
Al crear esculturas, ¿cómo varía el proceso? ¿Alterna el tipo de materiales?
Una escultura, pues, en realidad sale un poco del corazón y los materiales me permiten experimentar mucho. No siempre uso solo el barro, sino que empiezo a agregarle otras materias con tal de conseguir colores distintos o texturas.
Por ejemplo, —comparte señalando una pequeña escultura sobre un mueble— esa maternidad es de arena volcánica y porcelana. En ese caso llegué a colocar la arena para que se fundiera un poco y para que la pieza tuviera un brillito y aparte una textura.
Además de la creación de esculturas y de instrumentos musicales, también es restaurador de piezas arqueológicas. ¿Qué tanta oferta cree que hay en esta área?
Mucha, porque hay coleccionistas que tienen piezas fragmentadas o están mal pegadas. Entonces, necesitan que se haga el mejor trabajo con él.
“El hecho de ser maestro no significa saber todo, sino que simplemente es en ese
trabajo de enseñanza donde se aprende”.
Carlos Chaclán
¿Y en el caso de restauraciones a instrumentos de música?
Mire, es muy muy poco en comparación al resto, por ejemplo, de utensilios. Los instrumentos son un poco más resistentes, porque no tienen piezas vulnerables.
¿Ubica personas o artistas que estén trabajando en la elaboración de instrumentos con técnicas prehispánicas?
Hay algunos que están haciendo muchos esfuerzos, pero al final es muy poca gente la que ha estado involucrada con esto. Hay más probabilidades de restaurar piezas.
Ceramistas que se dediquen a crear instrumentos sonoros mayas también somos muy pocos aquí en Guatemala, incluso en la ciudad. Es algo más común fuera de la capital.
Al principio, yo no encontré a ninguna persona que hiciera instrumentos. Además, era difícil encontrar a alguien que le explicara a uno sobre el tema. Luego, con los años, tuve el privilegio de haber estado en el Museo Popol Vuh, que tenía una gran variedad de instrumentos musicales y en donde empecé a restaurar.
En su momento me llamó la atención el tema de los instrumentos prehispánicos por Alfonso Arrivillaga, que se especializó en etnomusicología y que estaba investigando sobre las formas y los sonidos. Allí empecé con eso y todavía sigo.
¿Suele vender los instrumentos que realiza?
Básicamente, los hago para mí. A veces alguien viene, le gusta lo que ve y puedo disponer de eso y puede que la venda.
¿Y las esculturas?
Ahí es otra cosa. Esas van para galerías o para exhibición. Me voy trabajando las piezas por meses hasta que llega el momento en que se deben presentar.
¿Qué diría le ha enseñado el barro en estos años?
En realidad, es un privilegio poder tener en mis manos el barro de varios lados. Yo siempre estoy como muy agradecido con esta materia, porque si no fuera así, yo no conocería a un montón de gente.
El barro me ha abierto puertas. Nunca pensé que el barro me llevara a distintos países. Es una dicha, en realidad, el hecho de tener barro en mis manos y que de ahí salgan las piezas.