Berta comenzó la plática desbarrando: Dijo que creía a “pie juntillas” (modismo usado en todos los países de habla hispana) en que el 21 sería el fin del mundo: “Han habido muchos avisos que así será” exclamó, en vez de decir correctamente: “Ha habido muchos avisos de que así será”. Está el Apocalipsis, las profecías de Nostradamus y ahora el B’aktun 13 —prosiguió— y será la segunda venida del Señor (la parusía) que nos va a juzgar a todos. Habrán terremotos (debió haber dicho “habrá”), el mar lo va a cubrir todo, el cielo se va a incendiar y van a caer mucho areolitos (se dice “aerolitos”). Mientras hablaba engullía caviar, ostras, champiñones, langosta —todo eso se había pedido— y bebía, no precisamente a sorbos, un champán delicioso. Disfruto nuestros últimos minutos -decía.
Carmencita la miraba aterrorizada, no por las amenazas apocalípticas que mencionaba, sino por lo mal que hablaba y por la voracidad ad náuseam con que tragaba los alimentos. Cocó y yo la veíamos con furia. ¿Qué pensaría de ella nuestra amiga española? Titivillus, en cambio, la contemplaba arrobado, jurando que esa noche, tras el hartazgo digno de Pantagruel, Berta le entregaría su alma al diablo, y no la carne, como dice el dicho: “La carne al diablo y el hueso a Dios”. Lo que es más, la instaba a que pidiera más platillos y probara, después del champán, que en verdad se debería tomar con los postres, otras bebidas alcohólicas.
Afortunadamente Berta sobrevivió al festín, durmió todo el viernes como una bendita y cuando despertó ya la hora exacta del solsticio, 5.12 a.m. hora local, había pasado sin que nada sucediese.