Los danzantes, con disfraces y máscaras de monos y tigres ascienden, desde ayer, por las cuatro escaleras, hasta un cuadro giratorio (canasta) situado en el extremo superior del tronco, desde donde los danzantes se lanzan —por turnos de dos en dos—, atados con un lazo, y en su descenso, hacen piruetas mientras hacen sonar chinchines.
En el suelo, el baile continúa al compás de una marimba de tecomates, cuya música se diluye con el estallido de juegos pirotécnicos.
Inspiración
El cronista local Carlos León relató que este ritual es una representación mitológica —en la cosmogonía precolombina— de la conexión entre el inframundo y el cosmos, la cual tiene como referente a ciertos pasajes del Popol Vuh.
León se refirió al relato en el que Hunahpú e Ixbalanqué convirtieron en monos a sus hermanos mayores, Hunbatz y Hunchouén, quienes habían querido matarlos.
Agregó que hace mención al relato en que los primeros hombres —de madera— fueron convertidos en monos por los creadores, y de la muerte de los 400 muchachos a manos de Zipacná.
Experiencias
Los protagonistas de esta ancestral y temeraria danza aérea son jóvenes, quienes son llamados voladores o mashines (Tomasito, en k’iche’, por ser de Santo Tomás Chichicastenango). “No recuerdo haber sentido miedo. Entonces tenía 12 años y me parecía emocionante participar”, recordó Juan Luis Suar, de 45, vicepresidente del Comité de Autogestión Turística (CAT) local.
Miguel Ángel Ignacio Batz, 17, confesó que se siente miedo cuando se sube por las escaleras, pero no cuando se lanzan al vacío, ya que al ascender no llevan ninguna protección, mientras que al bajar lo hacen pendiendo de una cuerda. “Si me resbalaba, al ir para arriba, no tenía de donde agarrarme”, afirmó.
Programa
El ritual es presentado dos veces al día, desde ayer hasta el 21 de diciembre, aunque en este último día se escenificará solo una vez. Después, los disfraces serán devueltos a Manuel Canil, encargado del grupo de danza y quien se los alquila.
Las escaleras y la canasta son retiradas, y el mástil quedará desnudo y solo, hasta volver a ser utilizado en el 2011, después de lo cual será desechado, ya que se cambia cada dos años.
El Palo Volador no es la única danza tradicional que se presenta. También se hacen presentaciones de El Venado, El Torito, El Convite, Baile de Mexicanos, y muchos otras, todas frente a la iglesia, donde se colocan las imágenes del santo patrono, de San José y de San Sebastián, para que aprecien la celebración de los feligreses. Los bailes duran una semana.
León explicó que se sacan las imágenes en procesión todos los días, pero el 22 de diciembre hacen el último recorrido, para luego ser llevadas a las sedes de sus cofradías, donde serán visitadas por los fieles el resto del año.
En otros lugares
Esta tradición no es exclusiva de Chichicastenango, también se organiza —con pequeñas diferencias— en Joyabaj, Quiché, y hasta hace dos años, en Cubulco, Baja Verapaz.
Al igual que en Chichicastenango, en Joyabaj se festeja en honor a la Virgen de la Asunción, el 14 y el 15 de agosto; y en Cubulco, al apóstol Santiago, del 20 al 25 de junio.
Carlos René García, del Centro de Estudios Folclóricos (Cefol), expuso que esta tradición se empezó a practicar durante las fiestas patronales después de la conquista, ya que los indígenas se vieron obligados a acomodar la veneración de sus deidades con las celebraciones de los españoles —católicas—, lo cual originó un sincretismo religioso y cultural que se aprecia en la actualidad en la liturgia del Palo Volador.
Su esencia es prehispánica, pero los atuendos y parte del ritual es hispánico, añadió.
Según García, aún se le hace cambios, puesto que las autoridades lo promocionan como un evento turístico, y no como un ritual espiritual solemne y ancestral propio de la legítima identidad indígena.