Cinismo y prepotencia
Cinismo y prepotencia toman fuerza cuando sectores políticos son utilizados como operadores por las redes de la criminalidad, quienes con sus recursos y fuerza avasalladora inundan el escenario nacional, especialmente el público. Estas acciones vitaminan y dan nuevo vigor a sus acciones, desconfigurándolas más de la atención al pliego de pendientes.
Esas dos características son expresiones del interés de los políticos por contar con una agenda propia, que se aleje de la consideración histórica de ser títeres o marionetas al servicio de otros, generalmente de los intereses económicos dominantes y de los militares. Esa pretensión puede ser positiva, pero irse al otro extremo y considerarse como el gran hacedor de las acciones políticas, tampoco es opción.
Este año, que está a punto de cerrarse, ha marcado pautas clave para el presente y futuro cercano de nuestro país: las instituciones públicas han sido cooptadas por una criminalidad que campea a más y mejor, sus ámbitos reales de acción son relegados a segundo término; el temor, la desconfianza y apatía se han acentuado en la ciudadanía; las decisiones públicas obedecen a condicionamientos obscuros; la única presión posible para intentar revertir o al menos fiscalizar esta lógica creciente está en manos de la sociedad civil; los partidos son pantomima; el sector empresarial insiste en implantar pedazos de un modelo económico y social desorientador, defensivo, que no revierte las inequidades actuales.
Bajo este enredado estado de cosas, donde cada quien busca cómo sobrevivir, las muestras de prepotencia, cinismo y autoritarismo no tienen cabida ni en el medio político ni en ningún otro, ya que son señales de retraso y no ayudan a salir del atolladero. En el 2011, por los movimientos electorales y otras complejidades, no es previsible dar vuelta al calcetín; pero sí podemos contribuir a no ampliar el agujero. Dar la espalda a los candidatos que ejemplifican estos males es lo más conveniente.