El término proviene del latín solidus, que significa unión y adhesión. No es lástima, ni caridad, mucho menos compasión o misericordia, sino un valor o cualidad que todos los humanos necesitamos para desarrollarnos social y espiritualmente.
En pocas palabras: la capacidad de unirse al dolor ajeno sin importar la raza, el sexo o ideología, para apoyar a quienes lo sufren.
Ser solidarios no implica lamentarnos de las desgracias de otros siendo un espectador, sino actuar convencidos de que cada mano que damos será para beneficio de alguien que lo requiere, indica la terapeuta Lily Gutiérrez, de Amysol (Asociación amigos por la solidaridad).
Desde siempre
Según el punto de vista social es una cualidad innata del ser humano, dirigida al ser humano, que nos ayuda a vivir mejor en colectividad, expone el sociólogo Edgar Montúfar.
Es una necesidad para fortalecernos y desarrollarnos como sociedad, de lo contrario ésta se fragmentaría, añade Montúfar.
Sin embargo, es en los momentos de catástrofe de cualquier nivel que se hace evidente, pues funge como soporte para los demás.
Difiere de la cooperación, porque con ésta se busca el bien común, en cambio la solidaridad se ofrece por convicción y sin esperar nada a cambio, aunque de manera indirecta hay provecho para todos.
Además, una comunidad humanitaria se fortalece porque afronta y supera las crisis de todos y cada uno, y con ello mejora la condición de vida de todos los habitantes, enfatiza la licenciada en sicología Mireya Asturias de Arroyave, de la clínica de Psicología Integrada.
De tal manera que es un mérito que nos ayuda a construir una mejor sociedad y cuando a esta cualidad se le suma la virtud del amor, generosidad y la entrega desenfrenada sin esperar recompensa, alcanza su máxima plenitud, agrega Gutiérrez.
¿Qué gana usted?
Si se pregunta por qué vale la pena ser solidarios, la mejor respuesta la encontrará en usted mismo.
A la satisfacción de ayudar a los demás y saberse útil para otro ser humano ?de manera espiritual o material?, no le puede poner costo pues el estado de armonía interior que desarrollará será ilimitable.
Aunque a veces es difícil practicarla porque los valores que se transmiten en medios de comunicación, en centros educativos y en la familia, son individualistas y egoístas.
Se enseña que cada quien únicamente se preocupe en velar por su bienestar y no por el del que tiene al lado, añade Montúfar.
Empieza en casa
El ejemplo es la mejor herramienta para transmitir este tipo de interés al prójimo, y es el hogar, el primer ente encargado de transmitirlo, opina de Arroyave.
Por lo que debe convertirse en un hábito y una disposición firme, tomar responsabilidad por las necesidades de otros en todos los ámbitos de la vida.
La ayuda a los hermanos más pequeños para hacer las tareas, contribuir con las actividades del hogar y apoyar a otras personas que lo necesitan son actitudes que se deben enfatizar y aplaudir para que el pequeño las continúe haciendo.
De esta manera sus hijos vivirán en armonía con ellos mismos y con las personas que le rodean.
Una persona con estas características se llena de amigos y seres que buscan un mismo objetivo: contribuir con los demás y así poco a poco a la comunidad, y luego a la sociedad o más allá de las fronteras.
¿Soy o no soy?
Si usted posee el don de compartir en todos los ámbitos de su vida (trabajo, escuela, casa, calles) y no sólo en situaciones de desastre, o cuando se trata de sus seres cercanos, considérese solidario, puntualiza Gutiérrez, porque la solidaridad va más allá, de un sentimiento emotivo y pasajero.
Quienes la practican son hombres y mujeres activos y constantes, pues el afán de servir es parte de su vida.
Si usted obsequia a quien lo necesita parte de lo suyo y no lo que le sobra, pero sin sentir misericordia hacia ellos porque los ve como seres inferiores, ¡felicidades!
Fuentes consultadas: sicóloga de Arroyave: 2368-2930, clínica Amysol: 2433-3405, sociólogo Montúfar: 5668-5319.
En breve: Buen hábito
La solidaridad debería practicarse a diario.
En el trabajo, puede ayudarle a aquel que necesita de nuestras orientaciones y ayuda para hacer mejor su labor.
En los centros educativos, como educadores ayudando a quienes más lo requieren. Como alumnos, a los compañeros.
Con los peatones ancianos o discapacitados contribuyendo a su movilización en las calles.
A través de actividades en familia: visitar asilos, orfelinatos, etc. y llevarles recursos y diversión.
También con la integración de grupos que fomentan la hermandad, tal como los Scout o Cruz Roja, entre otros.