EDITORIAL
Una herencia injusta
En solo 70 años, Guatemala pasó de tener una cobertura forestal del 65% a un 36%, según monitoreos del 2016, por lo cual a la fecha esta proporción podría ser aún menor, debido a la tala inmoderada, al uso de leña como combustible y también a la expansión de los núcleos urbanos.
La existencia de parques nacionales y reservas como la Biósfera Maya ha conseguido conservar zonas boscosas y selváticas, con todo y su deslumbrante gama de especies de flora y fauna, pero por la falta de recursos económicos, el desinterés de los gobiernos y en algunos casos hasta la complicidad de autoridades, la presión sobre estos tesoros naturales va en aumento.
La más reciente evidencia de esta agresión impune son las incursiones de madereros, presuntamente mexicanos, en territorio guatemalteco, específicamente a los parques Mirador y Río Azul, en donde no solo han derribado árboles, sino que incluso los han aserrado allí mismo, en una desfachatez delictiva que constituye todo un desafío a las autoridades encargadas del ambiente, y de la seguridad nacional. Es precisamente en estos temas, que vulneran el patrimonio ecológico de Guatemala, en donde los discursos de soberanía nacional, tan reiterados en los últimos meses, deben pasar a las acciones efectivas y concretas de la Policía Nacional Civil y del Ejército.
La ciudadanía tiene posibilidad de participar activamente en la protección ambiental, ya que no solo los bosques se encuentran amenazados. Hoy, 3 de marzo se conmemoran el Día Mundial de la Naturaleza y el Día Mundial de la Vida Silvestre, establecidos por la Organización de Naciones Unidas con el fin de promover la conservación del entorno y la valoración de la biodiversidad, severamente amenazada por el cambio climático, la contaminación y el tráfico ilícito de especies.
La temática propuesta para este año es Vida subacuática: para las personas y el planeta, debido a que son millones de personas las que viven a diario de la pesca y aprovechamiento de los recursos marinos, pero tal riqueza enfrenta probablemente la mayor crisis de su historia, debido a la proliferación de plásticos, hidrocarburos, pesticidas y otros desechos tóxicos en mares, ríos y lagos.
Guatemala es un penoso ejemplo de como la indolencia ciudadana, la falta de normativas específicas y la evasión de obligaciones por parte de las autoridades han destruido la riqueza natural que aún hace medio siglo era una cuestión cotidiana: riachuelos convertidos en desagües, campos y barrancos transformados en basureros, territorios comparables a pequeños jardines del edén por su riqueza de animales y plantas reducidos a cenizas. La educación de los niños y jóvenes es un primer nivel donde se puede sembrar la esperanza de cambio; lamentablemente, no queda mucho tiempo para conseguir esa transformación que bien se pudo comenzar a gestar hace décadas. No se trata de una afirmación alarmista: basta observar la creciente escasez de agua en centros urbanos, la pérdida de cosechas por sequía y la reducción en el número de especies silvestres. Febrero último es el mes más cálido de la última década. No parece ser una herencia justa de la actual generación de guatemaltecos para con sus hijos y nietos.