Bolívar y sus circunstancias

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Dos grandes voces del pasado, Aristóteles y Santo Tomás, eran de la idea de que in medio stat virtus y, en efecto, entre los extremos historicista e individualista, me encuentro entre aquellos que creen, como Alexander Herzen, que la “Historia no tiene libreto”, y es la compleja resultante de la interrelación sistémica entre el líder y sus “orteguianas circunstancias”.

Bolívar supo aprovechar las oportunidades que el sistema internacional y, en general, las “circunstancias” de su tiempo le presentaron. Todo “sistema” es una totalidad de partes en interrelación, el Libertador lo comprendía y siempre se mantuvo atento a los acontecimientos internacionales, para utilizarlos en función de sus propósitos. Las circunstancias de Bolívar fueron las guerras napoleónicas, el Congreso de Viena, la restauración monárquica en Francia, la Santa Alianza, la Doctrina Monroe y la gran expansión imperial y comercial británica.

Fue precisamente en la Gran Bretaña que Bolívar buscó y encontró el apoyo externo, para el logro de sus objetivos independentistas. Si la gloria de Bolívar estáíntimamente ligada a su espada, su permanente actualidad está en su pluma. Sobre los principios fundamentales de la democracia, por ejemplo, Bolívar fue extremadamente claro: “Huid del país donde uno solo ejerza todos los poderes: es un país de esclavos… Un gobierno republicano ha sido, es y será el de Venezuela; sus bases deben ser la soberanía del pueblo, la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios… (Venezuela) constituyéndose en una república democrática, declaró los derechos del hombre, la libertad de obrar, de pensar, de hablar y de escribir”.

La grandeza del estadista Bolívar fue comprender, con 200 años de anticipación, el imperativo ideal de la integración latinoamericana. Sin embargo, desafortunadamente la región está hoy muy dividida. Hay proyectos económicos y políticos enfrentados. La unidad está solo en la verborrea retórica y en la creación de numerosas organizaciones integracionistas, que muchas veces cambian de nombre o desaparecen, antes de producir los primeros frutos. Demasiados latinoamericanos afirman, hipócritamente, la hermandad de nuestros países, pero a cada rato refuerzan los mutuos prejuicios y rencores, que plagan nuestro continente y, para colmo, han sido capaces de “sacar la pistola” al menor enfrentamiento. Los franceses y alemanes, por siglos, se han degollado con gusto y eficiencia; no se les ocurriría la ridiculez de llamarse hermanos y, definitivamente, no se aman. Sin embargo, sobre la base de un común proyecto democrático en lo político y de una exitosa economía social de mercado, han entendido que les conviene ser socios.

“No nos juzgues, Bolívar, antes del día último”, decía el premio Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias, en su inmortal Credo. A ver si nos enseriamos, no vaya a ser que el día último esté cerca.

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