Nunca dos finales perdidas tuvieron un desenlace tan amable para el entrenador que se había sentado en el banquillo. Ni en el Athletic ni en ningún otro sitio. La hinchada antepuso todo lo bueno que había dado el argentino al equipo y al club a la cuestión de haber quedado subcampeón. Y se entregó en cuerpo y alma al profesional que había maniobrado aquel cambio. El rosarino pidió unos días para reflexionar sobre una posible renovación y Josu Urrutia, el presidente, aguantó la cuarentena. Hasta que por fin el técnico accedió a sentarse para tratar una continuidad que se cerró el 3 de junio. Por el medio quedó una extensa planificación con el sello Bielsa, es decir, con el técnico metido hasta el escudo de la camiseta. “Nada de lo que pedí lo expuse como una obligación”, justificó. Vamos, que si el Athletic lo hizo fue porque quiso.
En ese compendio de planificación y desarrollo que propuso Bielsa hubo un amplio espacio para las infraestructuras de Lezama. Fue curioso que más que de fichajes o de amistosos, el núcleo de las conversaciones que mantuvo antes de tomarse unas vacaciones girase alrededor de las instalaciones. Quería lo mejor para sus jugadores. Sin fallos. Viajó a su finca argentina con las obras de Lezama metidas en la cabeza y no había día que no se pusiera en contacto con José María Amorrortu, director deportivo del Athletic y su principal interlocutor. La pasión, puede que a veces hasta enfermiza, que pone el técnico en todo lo que hace estuvo a un paso de romper la línea que le unía al club. Y todo por unas obras. En los pocos días que tuvo de descanso, manejó planos, ideó soluciones, comparó infraestructuras. Y todo lo que hacía lo comunicaba a Amorrortu, que tenía un teléfono que sonaba sin tener en cuenta la diferencia horaria que existe entre Rosario y Bilbao.
La crisis de las obras.
Advertido de que las obras iban a estar hechas en los plazos requeridos, el técnico se presentó en Lezama para el comienzo de la pretemporada y se llevó las manos a la cabeza. Ni de lejos estaba como se había imaginado. Le dolía que cerca de los vestuarios hubiese obreros en el tajo, que el comedor y la sala de esparcimiento no estuvieran terminadas, que en el párking se habían levantado barracones para que se cambiasen los trabajadores pero, sobre todo, que uno de los campos que le habían dicho que iba a tener a su disposición estuviese inutilizado por una reciente siembra tras haber cambiado el drenaje. “Mis futbolistas me pueden ver como un improvisado”, gritó. Y eso, para él, era mucho daño.
Y optó por la tremenda. Se citó con el jefe de obra y no le gustó lo que le escuchó, hasta el punto de agarrarle por el pecho y zarandearlo. Muchos de los jugadores del primer equipo vieron como el trabajador salía despedido. El peor de los comienzos. El episodio se quiso guardar, pero fue imposible. En parte, porque ante el silencio institucional saltó Bielsa, que el 5 de julio convocó una rueda de prensa. Nadie en el club tenía bien claro qué iba a decir, pero le permitieron hablar. La gestión de esa crisis fue un error mayúsculo, porque el entrenador habló a pecho descubierto y con todo lujo de detalles: “Ante la falta de otra autoridad de la empresa que hacía la obra, decidí hablar directamente con el jefe de obra, lo llamé a mi vestuario para decirle que las obras no estaban bien hechas, que no iban a estar en la fecha prevista y que, sobre todo, eran un engaño y una estafa. Me produjo indignación que no se reconociera y comencé a decir cosas ofensivas. Luego lo tomé del cuerpo y lo saqué a la fuerza del lugar. Yo a este señor no le respeto, porque él hizo mal su trabajo. Cuando salió del lugar donde lo expulsé, dijo que lo había golpeado. No hizo ninguna denuncia policial, creo que presionado por su empresa o por el Athletic, quería evitar lo que yo estoy denunciando. Tiene derecho a reclamar el trato que yo le di. Estoy haciendo algo que debería estar haciendo el Athletic Club. El club dirá que no he tenido paciencia, pero estoy tranquilo, tengo respuesta para todas esas críticas”. La extensa explicación tuvo un punto cómico cuando el entrenador desveló que había acudido a una comisaría de la Ertzaintza (Policía Autónoma Vasca) para autoinculparse de la agresión y dar credibilidad a una posible denuncia del jefe de obra. ¿Imaginan la cara del ertzaina que le atendió?
Bielsa puso en un brete al Athletic, al que colocó en muy mal lugar frente a Balzola, la empresa a la que había censurado el entrenador. El Grupo Balzola es un referente en las grandes infraestructuras de Bizkaia, ha tenido participación directa en la construcción del Museo Guggenheim; el interior de la Torre de Iberdrola; el Bilbao Exhibition Centre; o la primera fase de urbanización de San Mamés Barria. Para colmo, la empresa es socia de la Fundación Athletic. En Ibaigane se tomaron 24 horas para reaccionar. Y lo hicieron con contundencia, a través de una nota pública que, en muchos círculos, se interpretó como una liquidación en toda regla. Una invitación a que Bielsa presentara su dimisión. “El Athletic no comparte, en absoluto, la opinión personal y subjetiva expresada por Marcelo Bielsa en la rueda de prensa”, fue la primera frase del comunicado.
La dureza de la opinión institucional estuvo a punto de acabar con Bielsa, que fue citado para una reunión en Ibaigane. A la misma asistió junto a Diego Reyes, uno de sus colaboradores. El resto seguía entrenando con el equipo en Lezama, aunque con la idea de que al día siguiente estarían camino de Argentina. No fue una reunión fácil, porque en la misma Bielsa defendió con vehemencia que le asistía la razón en la crisis de las obras. El club paró el golpe de una posible dimisión, pero se topó con un Bielsa impenetrable. El mismo que tres días más tarde abrió una cuenta de Facebook para colgar un comunicado en el que aseguraba que “puedo seguir desarrollando mi tarea como hasta ahora. La figura del Director Deportivo resuelve las situaciones que debo derivar. Mantengo el compromiso que asumí con la institución”. La cuenta duró lo que tardaron los medios de comunicación en enterarse de que existía. Y una vez que circulaba por las redacciones de los distintos medios, la canceló. La nota dejaba claro que su vehículo de comunicación con el club iba a ser Amorrortu y no Urrutia, al que se podía entender que tuviera cruzado después de la nota. Sin embargo, nadie debería creer que el año anterior Urrutia y Bielsa habían sido uña y carne. Y es que sus conversaciones fueron contadas. Ni menos ni más que las producidas hasta la fecha. Lo que no se escapa es que vivir la experiencia Bielsa ha supuesto un desgaste increíble para una junta directiva que para los críticos está lanzada hacia la autodestrucción en su apuesta por el silencio institucional y ofrecer contadas comparecencias.
El valor deportivo del Athletic se resquebrajó a mediados de agosto, cuando, con apenas unas horas de diferencia, reventaron los casos Llorente y Javi Martínez. Primero se conoció que el ariete navarro-riojano se negaba a renovar el contrato que finaliza en junio de 2013 y que había pedido al club que escuchara ofertas por él. Esa misma semana, en mitad de un amistoso de pretemporada, el Consejo directivo del Bayern confirmó que iba a hacer frente a la cláusula de 40 millones de Javi Martínez. El navarro firmó con los bávaros el 29 de agosto y Llorente estuvo hasta el cierre del mercado pendiente de una posible salida. Al finalizar el período de fichajes, el ariete se incorporó al trabajo con la primera plantilla.
Bielsa mantuvo siempre el equilibrio en las declaraciones. Ponderó el valor de sus futbolistas (“Javi Martínez es un futbolista superlativo”, dijo), pero también el de la plantilla. Nada es insustituible. “Estaré satisfecho con o sin Llorente o Javi Martínez”, reiteró en público durante más de una de sus comparecencias. Los dos campeones del mundo ponían un punto y aparte a su relación con el argentino y con el club rojiblanco. ¿Influyó la continuidad de Bielsa para su marcha? El rosarino les exprimió la pasada temporada y les apretó los tornillos a más no poder, pero su renovación no tuvo que ver con la decisión de salir. Y es así porque saben que la vida de Bielsa en Bilbao será reducida y que después del follón organizado con las obras lo más lógico es que se vaya al finalizar la temporada. Da la sensación de que en algún círculo próximo a determinados futbolistas se quiso utilizar al argentino como excusa. “Pregunté a Llorente y Martínez si no se iban a quedar por mí. Si su respuesta hubiese sido afirmativa, habría obrado en consecuencia”, desveló el preparador.
Lo cierto es que la relación, sobre todo con Llorente, que es el que se ha quedado, nunca ha sido la misma. Se ha deteriorado. Con Javi Martínez, al que deseó buena estancia en el Bayern, ha tenido otro tipo de gestos. Por ejemplo, cuando se quiso crucificar al futbolista por haber entrado de noche en Lezama para recoger sus objetos personales, el técnico rebajó la tensión diciendo que “todo se ha amplificado por la trascendencia de su marcha al Bayern”. Lo vivido con Llorente ha sido diferente. Se lo llevó al partido contra el Espanyol asegurando que “le había visto entusiasmado” y el delantero se lo agradeció con gol. Después, silenció los pitidos que se podían escuchar en San Mamés, añadiendo que esperaba que el fútbol mitigase todo lo que rodeaba al delantero. Pero los que querían encontrar en eso un gesto de amor eterno cayeron por un precipicio. Llorente y Bielsa se volvieron a topar el 1 de octubre, apenas dos días después de la derrota en el derbi de Anoeta, donde el ariete jugó sin demasiado brillo los últimos minutos. Un partidillo de los suplentes contra futbolistas del Bilbao Athletic encendió a Bielsa, que recriminó a Llorente su falta de actitud. La discusión subió de tono y el internacional tampoco se calló. “Váyase”, espetó Bielsa, que echó al futbolista del entrenamiento. Las redacciones se encendieron al instante y durante 24 horas hubo tirones mediáticos y de aficionados hacia uno y otro lado, filtrando supuestas conversaciones, gestos y conclusiones. En la siguiente sesión, Llorente se entrenó con normalidad.
El vestuario
La relación de Bielsa con el grupo nunca ha sido fácil, aunque se ha sobrellevado por el éxito en la competición. Su primera víctima fue Pablo Orbaiz, en la pretemporada de 2011. El centrocampista acabó cedido en Olympiacos, donde ganó la Liga, y este curso no ha llegado ni a pisar Lezama, porque, antes de vestirse de corto, le mandaron a Rusia, al Rubin Kazan. El navarro es el trigesimotercer futbolista en la historia del club que más veces ha defendido la camiseta del Athletic y se ha ido como si se tratase de un meritorio. Cuentan que Orbaiz fue uno de los que se plantó ante el entrenador cuando la plantilla tuvo conocimiento de que la idea del argentino era apartar del grupo a los que no contaban, que el primer año fueron Aitor Ocio, Koikili y Ustaritz. También dejó fuera a Íñigo Pérez, pero el navarro regresó al final de pretemporada a la dinámica del grupo. Y ahí sigue. El técnico, a instancias de la AFE, reculó con Aitor Ocio y Koikili (Ustaritz salió cedido) a los que dio dorsal y licencia, pero no minutos. Se pasaron el año en blanco. Este curso, también ha habido futbolistas apartados del grupo principal, aunque ha seguido escrupulosamente los mandatos de la AFE, así que ni se entrenaban escondidos, ni a deshoras ni con entrenadores de otras categorías.
La exigencia del argentino en su primer verano en Bilbao fue demoledora. Los días libres se contaron con los dedos de la mano y abundaron las dobles sesiones. El trabajo llamaba al trabajo. Y con ello apareció el éxito: el equipo deslumbró en Manchester, avanzó en la Copa, llegaron las finales El mundo rojiblanco era una fiesta permanente y, aunque el grupo estaba ya dividido entre titulares y otros que se sabían casi arrinconados, el disfrute era colectivo y todos se hicieron cómplices de los métodos de Bielsa. Podían sentirse fastidiados, pero lo consideraban un peaje de su crecimiento futbolístico.
El vestuario del Athletic, por tanto, se ha movido en un terreno pantanoso que tanto abunda en el fútbol profesional: a favor de viento se tapan las vergüenzas por interés personal, pero, cuando vienen mal dadas, más de uno estaría dispuesto a saltar del barco antes de llegar a las olas comprometidas.
Marcial y exigente como ninguno, el técnico tampoco ha sido muy dado a fomentar una relación de camaradería con los suyos. Una voz autorizada de la caseta ha trasladado a sus íntimos que hablar con Bielsa fuera del terreno de juego es casi imposible. La secuencia debe ser la siguiente: el futbolista acude al despacho del entrenador para mantener una conversación y éste le desvía a uno de sus asistentes. Después, en función del interés o la importancia que considere tiene el asunto, será él quién cite al jugador para una posterior charla o quizá lo aborde durante algún ejercicio. ¿Es dañina esa distancia? En realidad, ningún trabajador tiene acceso inmediato al director general de su empresa. ¿Por qué lo van a tener entonces los futbolistas?
Los aficionados
Sin conocerle, sin tratarle, sin siquiera haber cruzado una vez su mirada, hay aficionados que darían dos años de su vida por Bielsa. Y lo harían sin recibir nada a cambio más que la permanencia del entrenador en el Athletic. Puede que ésta sea la relación más extraña de todas, porque el argentino ni es populista ni hace gestos de cara a la galería. Envuelve con el misticismo que le rodea. Un genio. En estos quince meses que lleva al frente del Athletic, ha frecuentado a varios hinchas, de distintos estratos y profesiones, a los que le une una extensa conversación, su amor por el fútbol y sus ganas de conocer la identidad de la tierra que pisa. No les pide nada a cambio. Pulcritud y discreción. Incluso se le ha visto rodeado de jóvenes en un txoko de aficionados, una lonja cerca del lugar en el que reside que, en uno de sus innumerables paseos, requirió su atención porque en la fachada tiene pintados los escudos del Athletic y del Celtic. Entró a preguntar por qué y allí se quedó charlando. Eso sí, sin contar interioridades del primer equipo, ni por qué juega fulano o lo hace mengano. Su conversación es amplia, pero nunca hace referencia a cuestiones de la actualidad rojiblanca. Muchos hinchas han tomado partido por el técnico en estos meses de convulsión. Le ven casi como un salvador y ponen el acento positivo en todas sus decisiones. El bielsismo engulle todo lo que tiene a su alrededor, hasta el punto de defender al técnico por encima de lo que él mismo podría. No hay constancia de cuánto tiempo permanecerá Bielsa en el Athletic, pero, entre la gente que paga su entrada, la huella será permanente. Habrá un tiempo antes y después a partir de la llegada del argentino, que es un nuevo punto de medida en el rojiblanquismo.
El 7 de junio del 2013, la directiva del club confirmó que no le renovaría. Fue el último técnico que dirigió al Athletic en San Mamés.
El rosarino se tomó un tiempo en su vida, pero el 2 de mayo firmó un contrato con el Olympique de Marsella para las próximas dos temporadas. Llegó como el salvador que busca poner al equipo a la élite del futbol francés.
Fiel a su carácter complicado, Bielsa ya tuvo algún encontronazo con la prensa francesa, pese a asegurar que no tiene “problema con los medios”.
Presentado como un tipo puntilloso, obsesivo con el trabajo y muy exigente con sus jugadores, el método Bielsa será loco, como él mismo.