Entre “descubrimiento” y “serendipia” hay mucha diferencia. En la acepción que aquí interesa, el primer término es la acción y efecto de “descubrir”, es decir: “Hallar lo que estaba ignorado o escondido, principalmente tierras o mares desconocidos”. También se descubren, gracias a estudiar el espacio con la tecnología moderna, planetas de otros sistemas solares, lejanos astros, galaxias desconocidas. Cuando Cristóbal Colón encontró para España nuestro continente, se había comprobado en teoría la redondez de la Tierra, pero fue él quien la demostró empíricamente gracias a la gran aventura que emprendió, seguro de que encontraría una ruta más cercana a las Islas de Especiería y sus codiciados productos, las especias, amén de las que conducían a Persia, manufacturera de damascos, y al Celeste Imperio, Catay o China (los tres nombres tenía) en donde se obtenía la seda. Ese descubrimiento planeado y estudiado, aunque no era lo buscado, no fue casual, pues Colón no navegaba sin rumbo ni al azar: el gran navegante dedujo que si la Tierra es redonda, saliendo de un punto en dirección opuesta a la habitual travesía de los mercaderes tendría que llegar a los mismos recónditos lugares. No imaginó el osado marino que entre Europa y su meta se interponía un continente y creyó que había arribado a las “Indias Occidentales”.
Siempre me he preguntado cómo descubrieron el fuego los cavernícolas y razono que fue “serendipia”: Algún cazador vio cuando un rayo caía sobre un árbol y que este y otros cercanos se incendiaban. Observó que el fuego cocinaba la carne de los animales que no alcanzaron a huir, sintió el calor que generaba, lo llevó a su cueva, lo compartió y jamás permitió que se apagara. Se volvió objeto de culto, tanto que cientos de siglos después, en Roma, las vestales cuidaban de que el fuego sagrado estuviera siempre encendido. Fue un “invento” (tiene un método) frotar piedras o trocitos de madera para hacer fuego, cuando por descuido la hoguera se había apagado.
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