Pero ¿quién tiene la culpa? Quizá ocurre algo parecido al artista callejero que se disfraza con una coraza de camión y una ruedas amarradas a los antebrazos; se tira de bruces al suelo y espera a que alguien eche una moneda en su bote. Entonces se yergue convertido en robot, con unos cuantos pases coreográficos. Claro, en este caso es alguien que se gana honradamente la vida bajo el sol, pero en el caso de políticos, funcionarios, servidores públicos… ¿Realmente no sabemos en lo que se convertirán una vez reciban dinero?
Escenario
Transformers Quince
Se venden como personajes afables, accesibles, críticos acres con la corrupción de otros partidos y feroces defensores de las causas justas (que afecten a sus contendientes), pero en cuanto logran la cuota suficiente de poder, se vuelven hoscos a quienes los cuestionan, inaccesibles cuando hay problemas, justificadores amables de las situaciones anómalas y mansos semovientes de la burocracia que rumian cuanta ley se han inventado para evadir la cuentadancia.
Creen que el ciudadano honrado no se da cuenta de que se han transformado por obra y desgracia de la avaricia, la ambición, la soberbia y, por increíble que parezca, de la pereza, pues al fin y al cabo con todo lo que amasan (a través de sus salarios, sí claro, o de las empresas que ya tenían, por supuesto que sí) solo desean pasar buenos años bajo el cuerno de la abundancia, mamando de la ubre de una vaca gorda aunque infectada, alimentada con la res pública, esquilmada a través de alambicados procesos “legales”.