¿Por qué se enoja el caballero cuando se le pide silencio a la dama que no para de hablar a lo largo de la película, además de estirar las piernas y cada vez que lo hace patea o empuja el sillón de enfrente?
¿Qué le puede usted decir a la señora, señor, señorita, joven, que se pone a conversar en la oscuridad, con la pantalla de su teléfono a todo brillo, como si estuviera en su sala, y nos tenemos que enterar de que sí, pasaremos a comprar una pizza, pero depende de que Chito llame en un rato para juntarse?
¿Será inevitable que a pesar de ser tan larga la fila en la dulcería, que tiene rótulos con combos, tamaños de poporopos, sabores de bebidas y demás chucherías, hay clientes que justo frente al cajero es que se ponen a decidir, calcular si les alcanza y hasta a preguntar cuál es el vaso mediano de gaseosa?
¿Por qué sentirá uno tanto gusto y alegría cuando a cuatro asientos a alguno de aquel grupito bullicioso, que no solo llegó tarde sino que pasó empujando en la oscuridad a los que ya estaban sentados, se le cae la bandeja con sus nachos y palomitas, con un estruendo que, oh maravilla, le dio sabor a la velada?