Veníamos de una vacación en el altiplano y habíamos hecho un alto en el camino para comer un piscolabis (refacción pequeña) en un parador, cuyo techo era de paja. Emprender de nuevo la marcha, ver al alacrán, (palabra del árabe, sinónima de escorpión, del latín) y empezarle a gritar (a mi marido, no al alacrán) que detuviera el automóvil fue todo uno. Después de contestarme un millardo de veces que no podía por las curvas de la carretera, finalmente paró, dados mi insistencia y los alaridos de nuestros hijos que viajaban en el asiento trasero. De inmediato lo conminé: ?Bájate?. Una vez fuera del vehículo comencé a somatarle (chapinismo por golpearle) el hombro y, por mala puntería, la espalda, y hasta el lugar donde ésta pierde su buen nombre, con su chumpa (chupa en España). Venían atrás varios de nuestros compañeros de viaje y pensaron que habíamos peleado, que el hombre huía del auto y que yo lo aporreaba. Los canallas siguieron de largo sin auxiliarlo. Y en efecto, yo le estaba dando ?chumpazos?, pero por un motivo muy razonable: librarlo del bicho. Finalmente logré sacudírselo, sin que nada sucediera, excepción hecha de los desatinados juicios de nuestras amistades. Lancé al insecto a más de dos metros de distancia, mientras Roberto seguía en Babia. No se había percatado de nada, excepto de que lo golpeaba sin mediar palabra. Del techo debió de caerle el animal venenoso, que ya casi le clavaba (no le ensartaba) el chuzo en el cuello.
Creía yo que en boca cerrada no entran moscas -ni alacranes- especialmente en semejantes circunstancias, y no expliqué a mi cara mitad lo que ocurría hasta que el peligro había pasado. Cuando se lo dije hizo el ?strip-tease? más veloz que he visto en mi vida, a pesar de que dicho procedimiento es lento, aunque había un frío casi polar. Para cuando terminó de empelotarse (localismo americano por desnudarse) ya casi todos nuestros ?cuates? (dícese en México de los amigos) habían pasado y tampoco los que vieron ese segundo episodio de lo que habría podido ser una película de terror hicieron el alto. El suceso pasó al olvido, sin pena ni gloria, excepto por las habladurías. Desde entonces, con algunos gané mala fama, y mi inocente esposo, que quedó agradecido sobremanera conmigo por haberlo salvado, se rodeó de una aureola de víctima. Sólo faltó que algunos, aún en vida, a la palma de mártir, medio merecida, le agregaran otra (no imagino cuál) y lo elevaran a los altares. Los otros pensaron que estaba loco de remate. En verdad sólo se adelantaba a Full Monty por razones de primera necesidad, y se veía tan ?guapo? como los protagonistas de la famosa película. ¡Cuando hay alacranes de por medio, la Historia se puede escribir de cualquier modo!