El viernes 24 de abril de 1998, en horas de la tarde, entregó el informe Guatemala: Nunca más, en el interior de la Catedral Metropolitana. El domingo 26 por la noche, le arrebataron su vida. El último de sus días se sentía más feliz que nunca. Cenó con su familia y le comentó que podía morir en paz, porque ya había concluido el informe del Proyecto Interdiocesano Recuperación de la Memoria Histórica, Remhi.
Amor al prójimo
Su vida estuvo marcada por la bondad, el amor a los demás, y una actitud humilde. Para él, para todas las personas eran iguales y no tenía preferencias por nadie, aseguran sus compañeros. Estuvo a cargo de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala, ODHA, a partir de 1989, cuando Monseñor Próspero Penados del Barrio le encomendó su creación.
Siempre se tomaba una taza de café, conversaba mucho y le encantaban las habas tostadas, recordaba un trabajador de la ODHA.
Gerardi nació en la capital el 27 de diciembre de 1922. El 21 de diciembre de 1946 se ordenó sacerdote; el 9 de mayo de 1967 fue electo obispo de las Verapaces; el 30 de julio de ese mismo año recibió su ordenación episcopal en la Catedral Metropolitana.
Era un hombre de complexión fuerte, 1.85 metros de estatura, tez blanca y frente amplia. Un hombre de esos que hablan con los ojos, y amigo del buen humor. Era un gran guía espiritual y poseía una claridad política impresionante, refirió Ronalth Ochaeta, con quien Monseñor Gerardi compartió las labores de la citada oficina del Arzobispado.
Después de casi siete años de tomar posesión en la Diócesis de las Verapaces, donde ejerció su ministerio episcopal hasta septiembre de 1974, fue elegido tercer obispo de la Diócesis de Santa Cruz del Quiché. En ese tiempo comenzó la persecución sistemática contra la Iglesia, por parte de las fuerzas contrainsurgentes del Estado.
De 1980 a 1983 fueron asesinados más de 12 sacerdotes en el país. La relación entre el obispo Gerardi y las autoridades se tornó tensa. Escapó de un atentado en junio de 1980, gracias a los catequistas de un pueblo donde él debía celebrar misa, quienes dieron la voz de alarma.
El valor y la franqueza siempre constituyeron características inseparables del obispo. Varias veces fue citado a las instalaciones de la zona militar de Quiché, y aunque sabía que arriesgaba la vida, Gerardi se presentab a conversar con el comandante.
“Mucho me temo que combatiendo la guerrilla los militares van a quedar fuera de la ley; atacando tanto a la poblacion civil lo que ustedes están haciendo es incrementar la guerrilla”, le dijo.
Muchos creyeron que esa actitud sería su sentencia de muerte; sin embargo, la decision de la Iglesia fue clausurar temporalmente la Diócesis de Quiché, como denuncia de los hechos trágicos consumados contra los religiosos.
El 20 de julio de 1980 salió de Quiché; su destino fue Roma, donde el Papa le ordenó retornar a Guatemala. No obstante el Ejército le impidió regresar al país. Vivió asilado en Costa Rica, donde también fue obispo.
Retornó a Guatemala en 1984 y, tan pronto comenzaron los primeros pasos hacia la pacificación, la Conferencia Episcopal le recomendó el papel de conciliador, junto a monseñor Rodolfo Quezada Toruño.