El ambiente de amabilidad apenas fue alterado por una breve escaramuza dialéctica entre Bob Arum, representante de Pacquiao, y el presidente de Mayweather Promotions, Leonard Ellerbe.
Si Pacquiao prefirió aprovechar los micrófonos para recordar sus orígenes humildes y de miseria en Filipinas y consagrar a Dios su ascenso a la fama, su preparador, Freddie Roach, decidió cambiar su discurso inicial, en el que advirtió a Mayweather Jr. le “iban a patear el trasero”, y desear suerte a los contrincantes.
“No importa cual sea el resultado de la pelea del sábado, invito a Floyd para reunirnos y que conozca mis creencias”, declaró el filipino, de 36 años, con un registro profesional de 57-5-2, 38 nocauts, y campeón en ocho divisiones diferentes, el único que lo ha conseguido en la historia del boxeo.
Mayweather Jr. destacó la preparación “excepcional” que cumplió gracias a su padre Floyd Mayweather y el resto del equipo.
“Es hora de pelear ya, para eso estamos aquí. Me siento bien, me siento fuerte y estoy convencido que daremos un gran espectáculo”, dijo el campeón invicto estadounidense de 38 años (47-0, 26 nocauts), quien en principio llamó “mono” y “amarillo” a su rival.
Mayweather se llevará una bolsa de 150 millones de dólares que podría ascender hasta los 180, dependiendo de los ingresos que se den por los derechos de televisión de pago, y Pacquiao unos 100 millones.
Pacquiao, siempre con la sonrisa en la cara, y Mayweather Jr., muy serio, ahora trabajaran en privado para el pesaje del viernes, que será el último acto público antes de subir el sábado al cuadrilátero.