Vida

Les gusta la gasolina

La fauna cambia conforme la noche se hace vieja. Los minutos le carcomen la minifalda y le bordean el pantalón tallado.

Latas de cerveza, vacías o llenas, se suceden en los techos de los autos, en las afueras de  tiendas de conveniencia, aunque se supone que está prohibido, pero vaya usted a decírselo al alegre corro que grita, ríe a camionadas y echa un grito ranchero como gallos a la medianoche.

Infaltable, el pedigüeño que abre y cierra amablemente la puerta de la tienda, en espera de una moneda. A veces  habla con exagerada educación. Da buenas noches, disculpe caballero, pase adelante… ¿Me regalaría usted una moneda, disculpe usted, para comer? No le dé y escuchará un susurro subliminal de insultos proveniente del mendigo hasta hace unos segundos muy cortés.

Pasa un autopatrulla, haciendo titilar sus luces, pero nada ocurre. Está prohibida la ingesta de bebidas alcohólicas en esta área, dice un letrero que hace mucho le gustaría haber salido corriendo o unirse a la fiesta.

Damas visiblemente alegres escogen un jugo de frutas de la refrigeradora, que les enseña sus dientes de colores; el policía que cuida la tienda le pone el ojo a los tres jóvenes que dan vueltas alrededor de las bolsas de maníes y tostadas de maíz, mientras otro está en el cajero.  

La noche se hace anciana y muere, con música de los Bukis,   Daddy Yankee y el infaltable Chente. Nadie la llora. Sigue la fiesta.

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