En 1951, Castañeda ingresó en la Facultad de Medicina de la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac), donde desde el segundo año de su carrera y hasta que obtuvo el título fue nombrado anualmente como el mejor estudiante de Medicina. Cuando se graduó en 1958 recibió el premio Justo Rufino Barrios, por haber sido el más destacado de esa casa de estudios superiores.
Su interés por continuar su aprendizaje sobre cirugía experimental que inició en la Usac, bajo la guía del profesor en la materia y jefe de laboratorio Eduardo Lizarralde (q.e.p.d), lo motivó a solicitar una residencia en cirugía en la Universidad de Minnesota, EE. UU., porque fue allí donde el doctor Walton Lillehei practicó con éxito la primera cirugía a corazón abierto y donde se estableció el primer programa de adiestramiento en esa rama.
A Castañeda lo aceptaron por un periodo de prueba de 12 meses, pero a los seis ya le habían ofrecido un puesto para el programa académico completo, y al término de ese año recibió la invitación del doctor Owen Wangensteen para trabajar en su laboratorio experimental, oportunidad que lo adentró en la investigación científica.
Luego de haber obtenido un máster en Bioquímica (1963) y el doctorado en Cirugía Experimental (1964), Castañeda fue designado instructor del Departamento de Cirugía en la Universidad de Minnesota, y gracias a sus habilidades como cirujano e investigador y por su brillante carrera académica, lo nombraron profesor de Cirugía (1970).
Dos años más tarde lo seleccionaron de entre un grupo internacional de reconocidos candidatos como profesor de Cirugía en la Escuela de Medicina de Harvard, y en 1981 se convirtió en cirujano en jefe del Hospital de Niños de Boston. Al retirarse en 1994, después de casi cuatro décadas de relevante trayectoria en el campo de la cirugía cardiaca pediátrica, regresó a Guatemala.
En 1998 creó la Fundación Aldo Castañeda, que ofrece diagnóstico y cirugía correctiva a los niños que nacen con alguna malformación del corazón y que deben ser tratados en forma oportuna, para evitar que mueran o afronten daños irreversibles en otros órganos como el cerebro y los pulmones.
En la actualidad, la Fundación, sin fines de lucro y que subsiste a través de donaciones, atiende a niños guatemaltecos y a pacientes de otros países de Centroamérica y del Caribe.
También cuenta con un programa de entrenamiento en investigación que comenzó en 2009, el cual busca fortalecer la capacidad nacional de generar investigación políticamente relevante para el control de las enfermedades crónicas. Este programa es financiado por el Research for International Tobacco Control, del International Development Research Center, de Ottawa, Canadá, y se implementa en colaboración con la Universidad de Washington, en San Luis, EE. UU.
Para conocer más al hombre y cirujano de corazón que ha dado estos importantes aportes para los niños del mundo y del país, Prensa Libre lo entrevistó.
¿Qué significa para usted la ciencia?
La ciencia incluye la investigación organizada basada en principios rigurosos. Existe en otros países, pero no en Guatemala. Aquí se hace un poco de investigación clínica, que es importante, si se hace bien. Pero para empujar las fronteras de la ignorancia uno debiera prepararse para una carrera académica científica, que es muy diferente a tan solo ir a la escuela de medicina.
En mi caso particular, estudié medicina aquí, pero mi formación profesional, académico-científica la efectué en EE. UU. por 40 años. Cuando vine a Guatemala ya estaba jubilado, pero contribuí a establecer un centro cardiovascular pediátrico.
¿Por qué, teniendo la oportunidad de permanecer en EE. UU. o de regresar a Europa, y sobre todo, habiéndose jubilado, decidió venir a Guatemala?
Esto no tiene nada que ver con ciencia, sino con conciencia.
¿Qué lo hizo interesarse en la cirugía cardiovascular pediátrica?
En mi época de estudiante universitario se me había despertado el interés por la cirugía de corazón, porque era el único órgano que todavía no se exploraba quirúrgicamente; tanto que había mucho escepticismo de si era posible hacerlo. Esto me intrigó y leí mucho para informarme. Cuando el doctor Lizarralde me preguntó si quería colaborar con él al respecto, me interesó, y aunque se trataba de copiar lo que otros recién habían hecho —la cirugía de corazón abierto comenzó en 1954, y nosotros trabajamos juntos en 1957—, estábamos relativamente cerca de esos inicios, por lo que conseguimos los aparatos necesarios e hicimos experimentos con cachorros.
Luego, como en la escuela de medicina de Guatemala no se hacía mayor investigación, solicité una beca en la Universidad de Minnesota y me aceptaron para una residencia; primero, de cirugía general, y después, cardiovascular.
¿Qué cualidades se requieren para triunfar en el extranjero, sobre todo cuando menciona que en el país hay deficiencias en el área científica y de investigación?
Primero, saber el idioma del país donde estudiará. Luego, tener mucha disciplina intelectual para cumplir lo que requieran de usted. En mi caso fue estudiar para salir de cirujano general y cardiotoráxico. Esto me llevó unos cinco años, y obtener la maestría en Bioquímica y el Doctorado en Fisiología y Cirugía Experimental, otros tres. Con este conocimiento usted tiene las bases para comenzar sus propios experimentos, tener su propio laboratorio y participar en el entrenamiento de pediatras. Si lo consideran apto pueden nombrarlo profesor asistente, y si las cosas van bien, sube de rango, a profesor asociado. Después de un examen riguroso puede convertirse en profesor de Cirugía. Todo esto lo logré en Minnesota, donde estuve 14 años.
¿Por qué se interesó en corregir las malformaciones congénitas del corazón?
Porque me di cuenta de que había muchos niños a los que llevaban al hospital cuando el defecto del corazón ya había causado secuelas, particularmente en el pulmón, y a veces en el cerebro. La lógica me indicó que debía hacerse la corrección lo antes posible. Pero en esa época se tenía la idea de que el recién nacido o niños pequeños no toleraban la circulación extracorpórea necesaria para efectuar la cirugía.
Ese interés de ayudar hizo que Castañeda estudiara Fisiología Comparativa de los Animales y se dio cuenta de que los perros no eran los mejores ejemplares para hacer experimentos relacionados con la cirugía de corazón abierto. Así que probó con mandriles, a los que removió el corazón y pulmones al mismo tiempo, mientras que, con ayuda de una bomba artificial, les suplía de sangre. Los órganos los introdujo en una refrigeradora por media hora y luego los reimplantó en los primates. De esta manera, él y sus colaboradores en Minnesota demostraron que fisiológicamente era posible este procedimiento, que posteriormente y por primera vez practicó en un recién nacido, el 2 de enero de 1983, en el Hospital de Niños de Boston.
¿Desde su época de estudiante a la fecha, siguen las mismas deficiencias en la universidad?
Es estructural el problema. No es que los guatemaltecos seamos más babosos que los de otros países. Lo que está malo es el sistema. En términos generales, las facultades de Medicina de las universidades carecen de un cuerpo docente que se haya entrenado como tal y que tenga una carrera académica. La mayoría de profesores de Medicina de las distintas universidades son practicantes de la medicina, que imparten una clase por razones obvias de sobrevivencia. Los sueldos como docentes son pésimos, y por eso tienen que salir corriendo hacia sus clínicas para atender pacientes, etcétera. Acá no existe una carrera académica de tiempo completo, para que se dediquen al cien por ciento a la institución, a la ciencia y a la investigación.
Esta crítica no es contra el individuo, sino contra el sistema, porque mientras este último no se cambie fundamentalmente, no mejorará nuestro nivel. Mientras no reconozcamos nuestras limitaciones, estaremos mal.
¿Cómo se puede fomentar la capacidad de reconocer y aceptar las limitaciones para superarlas?
Primero hay que tener puntos de comparación para poder emitir un juicio. Luego, la educación debería ser primordial; más con la tecnificación que está adquiriendo el mundo. Otro aspecto importante es potenciar las capacidades de las personas y aprovecharlas.
Le voy a dar un ejemplo. Yo he entrenado a nivel mundial a unos 48 profesionales en Cirugía Pediátrica Cardiovascular. Tres de ellos son guatemaltecos, y ninguna de las facultades de Medicina del país los quiere reconocer. A mí tampoco me han hablado para trabajar algún proyecto, y eso que fui profesor de las mejores universidades y escuelas de Medicina del mundo. Yo ya hice mi vida, y por mí no importa, pero desconocer y no incentivar los talentos jóvenes, eso sí que es un desperdicio estúpido.
Y en medio de esta ironía, ¿qué lo mantiene tan activo?
El bien de los niños, porque no se trata solo de que estén enfermos, sino de que muchos de ellos son pobres. Esto es suficiente para mantener el entusiasmo, aunque no se lo hacen fácil a uno. La parte económica es muy difícil de solventar, y como usted sabe, en la Fundación sobrevivimos con ayuda de donaciones.
¿Cuáles son sus sugerencias para que un médico se mantenga activo y actualizado?
Quien diga que solo Medicina sabe, ni eso sabe, y eso no es de mi autoría —dice—. Un componente humanístico, de literatura, arte o música, complementa al ser humano. Un cirujano sin cultura se queda solo en técnico. La curiosidad, responsabilidad y la conducta ética son fundamentales.