A Huang Yung-fu le duele la pierna a fuerza de pintar arrodillado incluso el suelo, pero continuaría diseñando las obras murales que garantizan la supervivencia de la localidad.
“Recibimos una carta hace cinco años explicando que el gobierno quería destruir el pueblo para construir algo nuevo. Dijeron que podíamos recibir dinero o ser realojados”, recuerda este anciano vestido muy elegante con su camisa dorada y su gorra azul marino.
“Pero yo no quería irme. Es la única casa que he tenido en Taiwán”. Vive allí desde hace 37 años.
Este pueblo situado en las afueras de Taichung comprendía otrora mil 200 viviendas destinadas a los veteranos del ejército y a su familia. Pero las casas no se renovaron y, poco a poco, los promotores inmobiliarios llegaron con sus planes. Los habitantes recibían unos US$60 mil 700 o un nuevo alojamiento por marcharse.
Cuando se encontró solo, rodeado de una decena de casas vacías, Huang Yung-fu decidió pintar. “No había nadie más y me aburría”, asegura. “Mi padre me había enseñado a pintar a la edad de cinco años, pero no lo había vuelto a hacer. La primera cosa que he pintado es un pájaro, era fácil”.
Un pedazo de historia
El caserío acabó así repleto de dibujos de perros, gatos, aviones o famosos, entre ellos la leyenda del kung-fu Bruce Lee.
Después que estudiantes conocedores de su obra lanzaran una campaña para salvar el pueblo hace cuatro años, las autoridades decidieron finalmente preservar las casas.
Actualmente, este imán de turistas recibe la visita de un millón de personas cada año, en su mayoría procedentes de Asia.
“El gobierno me prometió preservar esta casa y este pueblo”, asegura este ex militar, quien indica estar “muy agradecido”.
Las autoridades quieren incluso clasificarlo como zona cultural.
“Una de las razones de conservarlo es el turismo, pero el motivo principal es que los pueblos de veteranos revisten un interés muy especial para Taiwán”, explica Huang Ming-heng, secretario de Asuntos Culturales de Taichung.
“Lamentablemente, la mayoría de ellos han sido derribados, por lo que es importante ahora preservar esta memoria histórica”.
En esta jornada de calor asfixiante, turistas de todas las edades se toman una foto delante de las pinturas murales.
“Son dibujos sorprendentes que merecen ser preservados”, comenta Hsiao Chi, de 19 años, un estudiante de Taipéi.
Comunidades que mueren
Huang Yung-fu es oriundo de Hong Kong. En 1946, se unió a las filas del ejército del Kuomintang (KMT) para luchar contra las tropas comunistas en la China continental durante la guerra civil. Tras la derrota en 1949, siguió al líder del KMT, Chiang Kai-shek, en su huida hacia Taiwán, al igual que muchos soldados más.
Estos fueron alojados en cientos de pueblos reservados a los militares. Esta medida, que debía ser temporal mientras los nacionalistas preparaban su contraataque, se volvió permanente, cuando los comunistas ganaron la guerra.
Según el ministro de Defensa, muchos de estos pueblos desaparecieron, ya que sus habitantes querían mejores condiciones de vida. Sólo quedan 13. Pero algunos lo lamentan.
“Cuando se marchan, la gente se siente sola”, lamenta Kang Han-ming, un exmarino, que se encarga de los florecientes asuntos del “Pueblo Arcoíris”. “Pierden sus raíces. Por eso, muchos de los veteranos que se marcharon a vivir en nuevos alojamientos caen enfermos”.
“Abuelito Arcoíris” se enorgullece hoy en día de contemplar a los numerosos curiosos que vienen a visitar su pueblo. “Me gusta hablar con ellos, me dicen que mis pinturas son bonitas. Nunca me siento solo”.