PERSISTENCIA

Modernos filósofos rebeldes

Margarita Carrera

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“Todos los filósofos idólatras del concepto creen, y creen con desesperación, en el ser. ‘Aquí debe haber una ilusión, un engaño en el hecho de que no encontremos el ser; ¿dónde está el engaño?’ ‘Ya le tenemos —gritan con alborozo— es la sensualidad’. Los sentidos, todo el resto de la humanidad: todo ello es ‘pueblo’. Ser filósofo, ser momia, expone el monoteísmo con mímica de enterrador. Y, sobre todo, alejémonos del ‘cuerpo’, de esta lamentable idéfixe de los sentidos; del cuerpo que está contaminado de todos los defectos de la lógica, que está refutando, que se ha hecho imposible, aunque sea bastante insolente para comportarse como real”.

Pero hay un filósofo que Nietzsche venera; es Heráclito: “Cuando el resto del pueblo filosófico rechazaba el testimonio de los sentidos, porque estos nos hacen ver multiplicidad y cambio, él refutaba su testimonio porque estos muestran las cosas como dotadas de duración y de unidad…”. Sin embargo, “también Heráclito trató injustamente los sentidos. Estos no mienten ni del modo que creían los aleatas ni del modo que creía Heráclito; no mienten en general… Pero Heráclito tendrá eternamente razón al sostener que el ser es una ficción vacía. El mundo aparente es el único mundo: el ‘mundo real’ es solo una adicción de la mentira”. Entendiendo como “mundo aparente” el mundo de la “physis” o de la naturaleza y como “mundo real” el utópico mundo de las ideas, de acuerdo a la filosofía tradicional, racional y teocéntrica.

Como vemos, es una crítica que difícilmente pueden perdonar los filósofos de la razón. Nietzsche es despiadado por ellos; su ironía hiere hondo.

No es de extrañar, pues, que en las historias de la filosofía se le agreda, se le dé poca importancia, o bien simplemente se le excluya, no tomándolo en cuenta como filósofo.

Y es que Nietzsche es el filósofo de la pasión, de la vida, de la Naturaleza, de los sentidos, que dirige sus dardos principalmente en contra de Sócrates, Kant y Hegel. En general, en contra de la razón implacable: “Cuando hay necesidad de hacer de la razón un tirano, como Sócrates hizo, hay gran peligro de que cualquier otra cosa haga también de tirano…”, declarándose, en cambio, defensor de la vida, de los instintos y del inconsciente: “… El moralismo de los filósofos griegos desde Platón, reviste caracteres patológicos; debe imitar a Sócrates y establecer una luz del día en guardia contra los oscuros apetitos: la luz meridiana de la razón. Hay que ser a toda costa claro, sereno; toda concesión a los instintos, a lo inconsciente, conduce al abismo…”.

Al referirse a las fiestas dionisíacas, en las que el griego daba rienda suelta a sus instintos, liberándose de toda represión, hace alusión a las relaciones incestuosas como parte de la “desenfrenada” orgía: “Casi en todas partes el objeto de estos regocijos es una licencia sexual y desenfrenada, cuya ola exuberante rompe las barreras de la consanguinidad y suspende las leyes venerables de la familia: aquí se desencadena verdaderamente la más salvaje bestialidad y crueldad que siempre me ha parecido como el verdadero ‘filtro de Circe’…”.

Nietzsche saca a la luz del día las vergonzantes y prohibitivas verdades sexuales, retratando, en toda su bestialidad, al humano que trata de ocultarse a sí mismo y a los demás sus vedados deseos, sus crueldades y egoísmo inherentes a su naturaleza, y que yacen encubiertos en lo más profundo de su “psiquis”, en su inconsciente.

Además, Nietzsche sabe perfectamente que se está enfrentado a las más horripilantes verdades que encierra el alma humana; por ello, en forma soberbia, escribe: “Nosotros, los sin miedo”, refiriéndose a sí mismo, y se proclama “Sin Dios, con la verdad por moral”.

Lo que escribe, su filosofía ante todo, causa espanto. Él lo reconoce: el prohibitivo mundo de los instintos humanos es algo portentoso y aterrador. Debe aclarar, pues, que “las grandes cosas exigen que no se hable de ellas o que se hable de ellas con grandeza: con grandeza quiere decir con cinismo y con inocencia.

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