La recepción de las mujeres ante dicho templo se convirtió en una fiesta con abrazos, besos, gritos de alegría y cánticos religiosos, que se mezclaron con algunos himnos de los trabajadores del campo, como “De colores”, y estandartes de tela de color azul celeste en donde brillaban frases del papa Francisco.
“A la globalización de la migración hay que responder con la globalización de la caridad y la cooperación”, rezaba uno de los estandartes, que se hacía eco de un mensaje escrito por el Papa en el 2014 con ocasión de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, que se celebra en enero.
Para mujeres como Juana Flores, la primera visita a EE. UU. del primer Pontífice latinoamericano representa una oportunidad para pedir solidaridad, respeto e igualdad al país en el que eligieron vivir y adonde llegaron con duras caminatas a través del desierto o arriesgando su vida a nado por el Río Grande.
“Fui a ratos caminando y a ratos corriendo. Un coyote me trajo a mí por la frontera de EE. UU. con Tijuana, México, y otro coyote llevó a mis hijos. Fue bien duro, recuerdo que en ese momento tenía miedo de perder a mis niños”, revive Flores, que ahora vive en San Francisco, California.
“Durante estas cien millas he pensado en ese camino que hice para llegar a EE. UU. Lo relaciono mucho. Es un peregrinaje de pérdida, perdí mi tierra, mi familia, mis raíces, pero también es un peregrinaje de esperanza por un futuro mejor”, añadió Flores, que fue monja de clausura durante diez años en Oaxaca, México.
La vida de las mujeres ha estado plagada de desafíos y algunas de ellas fueron deportadas antes de poder participar en la protesta, que comenzó el 15 de septiembre frente a la prisión del condado de York, Pensilvania, donde los organizadores de la marcha aseguran que hay encerrados varios inmigrantes a la espera de ser deportados.
Para hacer presentes a los que no pudieron acudir, un grupo de peregrinas portó durante toda la marcha una pancarta con el lema “No más deportaciones” y en la que algunas inmigrantes deportadas como “Mirna” escribieron: “Presidente Obama, pido a Dios que nos ayude a reunirnos con nuestro familiares”.
Con un deseo similar, Esperanza Domínguez, mexicana que vive en Denver, Colorado, decidió ponerse las botas y emprender la marcha.
“Por solidaridad con mi gente, por amor a mi familia, porque al igual que toda esta gente también soy inmigrante y Dios me ha encomendado la misión de traer amor y unidad para que el Papa pueda ver el sufrimiento de los inmigrantes y sea la voz que necesitamos para tocar el corazón de EE. UU. “, dijo Domínguez.
La mujer, que sufre cáncer de huesos, asistirá mañana junto a otras nueve compañeras del grupo a una ceremonia que se celebrará en el jardín de la Casa Blanca, adonde tienen previsto acudir 15 mil personas y en donde el presidente Barack Obama tiene previsto saludar al santo padre.
Después del multitudinario recibimiento, las mujeres recorrieron algunas calles de Washington con sus pancartas y cánticos para llegar, pasadas las cuatro de la tarde a la Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, una de las iglesias más grandes de Estados Unidos.
Las cien mujeres tienen previsto celebrar una vigilia esta noche en la plaza de McPherson, a pocos metros de la Casa Blanca, recuperar fuerzas, curarse las ampollas del camino y rezar juntas para que el papa Francisco escuche sus ruegos y alce su voz en defensa de los indocumentados.
La llegada del Pontífice a Washington ha generado gran expectación entre la comunidad inmigrante, que espera que el Papa se ponga de su lado con un mensaje de reconciliación en un momento en el que el debate migratorio está a flor de piel ante la cercanía de las elecciones presidenciales del 2016.