Un análisis sobre la extensa literatura que heredó a Guatemala y al mundo queda corto, pues siempre hay cuestiones por escudriñar. Muchos libros se pueden escribir al respecto. Lo mejor es leer cada uno de ellos; de esa forma, cada quien se forma su propio criterio.
Lo cierto es que podemos imaginar a Asturias en un pequeño cuarto con ventana, sentado en su escritorio, solitario, acompañado solamente por una taza de café, el cual le encantaba.
Desde el alba estaba ahí, bien despierto, para aprovechar la máxima frescura y creatividad de la mente. Estaba en completo silencio para dejar gritar los pensamientos y luego traducirlos en palabra escrita.
Blanca, su segunda esposa, decía que a menudo lo observaba rondar la casa envuelto en pensamientos, hablando solo.
El chileno Luis Harss, autor del libro Los nuestros —magna obra que analiza a aquellos autores clave del llamado boom de la literatura latinoamericana—, escribió que Asturias, “más que hablar, escucha”.
Insistió al mencionar que no era un gran conversador: “Le gusta contar una buena anécdota, lanzar un chiste o un epigrama y dejarlo que se asiente mientras él se recoge a meditar, o se distrae. Vive en otro mundo”.
De esa forma, se puede saber —más o menos— las ideas que daban vueltas dentro de la mente de un fenómeno literario como Asturias, un hombre que escuchaba la voz del paisaje brumoso de su querida Guatemala, de las pequeñas olas de sus misteriosos lagos y de su gente milenaria que esconde antiguas verdades en sus bailes y atrás de sus máscaras.
Asturias estaba bien alimentado de toda esa magia y mitología indígena, así como de la demonología quevediana, el esperpento goyesco y la prestidigitación surrealista.
Pero así como su obra está llena de leyenda pura, también está cargada de una fuerte y tenaz protesta social.
Precisamente de esto último derivó en un cuento al que llamó Los mendigos políticos, en el cual narra los horrores que vivían los guatemaltecos bajo el régimen de Manuel Estrada Cabrera.
De hecho, su papá, don Ernesto Asturias Girón, tuvo problemas con el dictador, razón por la que su familia se refugió en Salamá, Baja Verapaz, que a principios del siglo XX era un pueblo recóndito.
Los guatemaltecos vivían —más bien, sobrevivían— en terribles condiciones; nadie hablaba —quizás, solo se atrevían a susurrar—, y todos estaban echados con las puertas atrancadas con doble cerradura. Quien se oponía, era desaparecido.
Estrada Cabrera, de hecho, cobró más fuerza por las supersticiones populares, pues le atribuyeron poderes casi sobrenaturales. Era un mito.
Asturias y su familia regresaron a la capital hasta 1907. Pasaron los años y estudió Derecho en la Universidad de San Carlos. Su tesis de graduación fue el Problema Social del Indio, para lo cual viajó en varias ocasiones al campo para conocer las condiciones de vida de sus habitantes.
Cierta vez, en esa época, junto con Epaminondas Quintana y Clemente Marroquín Rojas, publicaron en el semanario Tiempos nuevos una serie de artículos apasionadamente antimilitaristas. Ese mismo día, Quintana fue apaleado en el Callejón de Jesús, con lo cual quedó medio sordo y ciego.
Asturias, escarmentado por aquel suceso, se embarcó a Europa, en 1923.
Allá empezó a escribir poesía. En París, Francia, publicó en 1925 su primer volumen de poemas, Rayito de estrella, “donde hiló jitanjáforas y dio nacimiento a lo que él llamaba ‘fantomima’, o sea ‘la fantomima con fantasmas”’, escribe Harss. En esa obra se muestra a un Asturias melódico, “con acentos sonoros que reflejan las preocupaciones verbales de la era de Joyce, Fargue y Gertrude Stein”.
También se puso a escribir cuentos y leyendas en los cuales recordaba su infancia, con clara influencia de obras indígenas que había leído, entre ellas el Popol Vuh, el Chilam Balam y el Rabinal Achí. Así surgieron los “poemas-sueños”, como los llamó el poeta francés Paul Valéry.
En esos tiempos, Asturias se juntaba con algunos amigos para conversar sobre las dictaduras latinoamericanas.
Fruto de aquellas conversaciones hizo crecer su cuento Los mendigos políticos hasta convertirse en la novela que tituló El Señor Presidente, que narra las vicisitudes de los regímenes totalitarios. “Por eso se oye la voz humana en cada página; la narración fluye espontánea, inmediata e inesperada como en el lenguaje oral”, decía Asturias.
En el libro nunca se menciona a Guatemala, pero, sin duda alguna, se refiere a ella y al pánico que experimentó como muchos otros pueblos latinoamericanos.
Dice Harss que “fascinan los horrores góticos de una galería de grotescos que recuerda los Caprichos de Goya y los Sueños de Quevedo. Las páginas iniciales, con su juego de palabras surrealistas, nos zambullen en el ambiente alucinante de una serie de personajes de los bajos fondos —lisiados monstruosos, mendigos que agitan sus harapos y muñones, delincuentes—, que se agitan como espantajos en los peldaños del Portal del Señor a la sombra de su catedral. En sus ojos flotan las imágenes de la ciudad martirizada”.
El guatemalteco siguió con la poesía y publicó Émulo Lipolidón (1935), Sonetos (1937), Alclasán (1938) y Anoche 10 de marzo de 1543 (1943).
Hasta la época de Jorge Ubico se publicó El Señor Presidente —alrededor de 15 años después de haberlo escrito—. La razón fue puramente política.
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Hombres de maíz
Hacia 1948, Asturias se encontraba trabajando en su segunda novela, Hombres de Maíz, en la cual el lector se introduce en el reino de la magia y la mitología indígenas. “La obra gira en torno a un conflicto histórico que se da entre dos tipos de hombres: los que consideran que el maíz es un alimento sagrado y parte de su esencia; y los que lo utilizan como un producto comercial. La disputa que entre ambos genera los episodios que constituyen la armazón mágica de la historia”, refiere Conny Palacios, doctora en Poesía latinoamericana del siglo XX por la Universidad de Miami, EE. UU., en su estudio Oralidad y cultura popular en la armazón mágica de Hombres de Maíz.
En esta obra, además, se deja a un lado el purismo castellano y se habla con regionalismos y significaciones. Afirmaba Asturias: “Hay momentos en que el lenguaje adquiere lo que podríamos llamar una dimensión biológica”.
Para el autor, es como si las palabras fueran ecos o sombras de seres vivientes.
Gaspar Ilom, el protagonista de la novela, usa las palabras justas para cada situación; ni una más, ni una menos. “El indio es muy lacónico. Para él las palabras son sagradas. Tienen una dimensión completamente distinta al idioma español”, expresaba Asturias.
De esa cuenta, en los textos indígenas, las palabras no solo tienen un sentido de ritualidad, sino que también constituyen la sustancia misma del culto. “Por eso, antes de crear a los guerreros, los sacerdotes o los sabios, los dioses crearon a los artistas: los flautistas, cantores, bailarines y pintores. Porque lo único que divierte a los dioses, lo único que puede aliviar su aburrimiento y tedios, son las artes. De modo que para los indios, las palabras son elementos fundamentales y mágicas dotados no solo de poderes de hechicería y encantamiento, sino también de milagrosos poderes de curación”, refería el Gran Lengua.
Richard Calla, uno de los estudiosos de la narrativa de Asturias, señala que en Hombres de Maíz destaca el uso de la mitología. Aparece, por ejemplo, Huitzilopochtli, el dios del Sol y de la fertilidad. En el libro, este dios está representado por Gaspar Ilom y se puede ver como una deidad indígena justiciera que a punta de escopeta mata a los maiceros que siembran el maíz por razones capitalistas.
“El maíz empobrece la tierra y no enriquece a ninguno. Ni al patrón ni al mediero. Sembrado para comer es sagrado sustento del hombre que fue hecho de maíz. Sembrado por negocio es hambre del hombre que fue hecho de maíz”, escribe Asturias.
También se incluye la creencia del pacto con el diablo. En la novela, Benito Ramos, “más malo que Judas”, tenía un convenio con el maligno. Este consistía en que cada vez que Ramos se llevara un cigarro a la boca, este se le iba a prender solo. Además, sabría las veces que su mujer lo engañara.
Asturias lo plasmó así: “(…) Lo concebido fue que el Diablo le dijo que iba a saber cada vez que lo engañara su mujer. Y no lo supo, porque la mujer lo engañaba con el Diablo”.
En conclusión, esta obra es “una reflexión acerca de la transculturación no solamente del indígena, sino también de la literatura”, asevera el estadounidense Walter Shaw en su estudio El neoindigenismo y Hombres de Maíz.
Agrega Palacios: “Asevera la plenitud de una raza —la indígena—; que se da en el cuerpo de la sociedad como un todo. La estructura se levanta por la oralidad y la cultura popular. Dentro de estos, la urdimbre de mitos, leyendas, canciones, sabiduría del pueblo, el nahualismo, los hechizos, los animales míticos y las creencias”.
El 19 de octubre se festeja el Día del Escritor Guatemalteco Miguel Ángel Asturias, en conmemoración de su nacimiento en 1899, según Acuerdo Gubernativo No. 901-99.
La Mulata
Uno de los grandes libros de Asturias es Mulata de Tal, escrita con lenguaje popular.
La mulata no tiene nombre y se le asocia a la Luna. “Pero es una ‘mulata de tal’; alude a ‘de tal por cual’, es decir, una mujer ‘cualquiera’, ordinaria; una mujer que se prostituye. Busca a los hombres para que le satisfagan su deseo carnal descomunal”, refiere Arturo Arias, de la San Francisco State University, en su estudio Transgresión erótica y recodificación de símbolos en Mulata de Tal.
Indica, además, que es hermafrodita. Asturias escribe en su libro: “No sé lo que es, pero no es hombre y tampoco es mujer. Para hombre le falta tantito tantote y para mujer le sobra tantote tantito. A que jamás la has visto por delante…”.
Anabella Acevedo de Leal, del Texas Christian University, en su análisis “Carne de palabra”: violencia, lenguaje y sexualidad en Mulata de Tal, indica que en la novela se manifiesta la agresión en la palabra, las insistentes alusiones a hechos violentos, la poderosa presencia sexual y el brutal tratamiento dado a los personajes, en particular hacia las mujeres. “Su erotismo tiene un fuerte carácter poético, inseparable del aspecto mágico de los relatos”.
Cuando Asturias lo escribió fue cuando había caído el gobierno de Jacobo Árbenz. “Mulata de Tal es la respuesta de Asturias a su desencanto por la derrota de Árbenz y sus consecuencias sociopolíticas para Guatemala y para él mismo”, indica Acevedo de Leal.
Coincide Michele Shaul, doctora en Literatura latinoamericana del Queens College de Charlotte, Carolina del Norte, EE. UU., al subrayar en la necesidad de resolver los conflictos sociales. “Sugiere la idea del mal y del caos, como consecuencia de la falta de unidad y de cooperación en la comunidad. Indica los peligros con los que se enfrenta Latinoamérica si no se resuelven los problemas culturales; de lo contrario, se seguirá como hasta ahora: sin paz, sin cooperación, sin aceptar su identidad mestiza”.
Por eso, la obra de Miguel Ángel Asturias continúa vigente.