LA BUENA NOTICIA
El futuro
Hay momentos en la vida personal y en la historia de los pueblos en los que se agudiza la conciencia de que la calidad del futuro individual o nacional depende de las decisiones que se tomen en esa coyuntura. Hoy es uno de esos momentos, cuando debemos elegir quién dirigirá el Organismo Ejecutivo en los próximos cuatro años. Este es un momento en el que también se hace patente cuán azarosas y, hasta cierto punto, irracionales son las decisiones colectivas. Cunde una insatisfacción por las opciones entre las que tenemos que elegir. En la primera vuelta, el voto ciudadano sacó del juego electoral al candidato repudiado. Pero ese mismo voto ciudadano nos dio las opciones que hoy tenemos. Varios de los candidatos que quedaron del cuarto lugar para atrás en la primera vuelta nos habrían ofrecido mejores opciones entre las que elegir. En realidad nunca, y ahora tampoco, hemos votado entre dos ángeles impolutos. Siempre hemos votado por candidatos que son personas de carne y hueso, con cualidades y limitaciones, y con intereses más o menos ocultos maquinando detrás de la fachada del discurso electoral. Pero estas opciones son las que nos dimos. Debemos ir a votar, con la conciencia clara de que la fiscalización ciudadana será todavía más apremiante e insoslayable durante los próximos cuatro años.
Este hecho tan sencillo da pie para una reflexión más profunda. El futuro no viene, no está hecho en algún sitio, a la espera del momento en que deba acaecer. Las predicciones del horóscopo y de los cartománticos son una patraña. El futuro histórico personal o nacional no existe en ningún sitio. Lo construimos con nuestras decisiones, que mientras más informadas, responsables y concienzudas sean podrán configurar un futuro con mejores garantías de humanidad, de bienestar, de paz.
A ese futuro histórico contribuye la fe cristiana de un modo peculiar. Jesús enseña a sus discípulos a esperar en un futuro, que no se realizará en el decurso del tiempo, sino que marcará el fin de la historia humana, abriéndola a la dimensión de la eternidad y de la plenitud, donde no habrá ni muerte ni sufrimiento ni dolor. Esa peculiar manera de concebir el tiempo y la historia tiene también efectos sobre el presente. El acceso a ese futuro será posible solo para quienes hagan el camino histórico, en este tiempo y en esta tierra, en sintonía con la verdad, el bien y la belleza, de acuerdo con la justicia y la voluntad de Dios. La esperanza del cielo como la propone la fe cristiana, lejos de ser alienante, compromete. Quien espera y cree que Dios aniquilará el mal, el sufrimiento y la muerte, para dar lugar a la felicidad, a la plenitud y a la vida eterna tiene motivos para actuar con rectitud, ánimo para empeñarse en hacer el bien, fortaleza para encarar la adversidad. El futuro histórico es impredecible, pero el futuro escatológico es firme. Cuando Jesús curaba a los ciegos y les devolvía la vista, los capacitaba para ver, más allá de su entorno físico, hacia ese futuro al que llegaremos a través de las decisiones que crean un futuro temporal más humano e incluyente.