PUNTO DE ENCUENTRO

Otro triste 25

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El 25 de noviembre, Día de la No violencia contra la mujer, nos encuentra otra vez en una situación lamentable. Guatemala sigue siendo un país extremadamente violento para las mujeres de todas las edades. Las cifras de instituciones estatales y de organizaciones sociales no mienten.

El Ministerio Público (MP) reporta 53 mil 521 denuncias de violencia contra mujeres y niñas en lo que va del año 2015, y el Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva (Osar) contabiliza, entre enero y octubre, el nacimiento de 5 mil 220 bebés de madres menores de 14 años. Imprescindible es reiterar que las relaciones sexuales con personas menores de 14 años están tipificadas en el Código Penal como delito de violación sexual (art. 173), y que tienen un agravante cuando se da un embarazo (art.174).

A pesar de la aprobación de legislación a favor de los derechos de las mujeres, estamos muy lejos de erradicar la violencia de género. Un reportaje de Mariela Castañón, en diario La Hora, da cuenta de que entre 2005 y 2015 más de 6 mil 370 mujeres fueron asesinadas en Guatemala y durante el mismo lapso el MP solo logró 606 sentencias condenatorias, lo que equivale a un 88.39% de impunidad. Y eso es un pésimo mensaje, porque como dicen los penalistas, no es la severidad de la pena sino la certeza del castigo lo que disminuye los índices de un delito.

A la brutalidad de los asesinatos de mujeres y de las violaciones sexuales a niñas y adolescentes hay que agregarle otras formas en las que se manifiesta la violencia, que son menos visibilizadas o comentadas. El acoso callejero, la violencia económica y patrimonial o la laboral se dan cotidianamente en Guatemala y, por decirlo de alguna manera, se han naturalizado. Incluso, cuando se habla de igualdad en la participación política o de iguales salarios por las mismas tareas, salen a relucir argumentos que demuestran que nos sigue dominando una cultura machista y patriarcal, marcada por los estereotipos.

Escuchando un programa radial me topé con frases como las siguientes: “Los hombres llegamos hasta donde las mujeres lo permiten” o “A las mujeres les gusta que les digan cosas sucias en la calle, las hace sentirse deseadas”… ¿Es que alguna de las 6 mil mujeres víctimas de la violencia machista quisieron que sus asesinos llegaran hasta ahí? ¿O alguna de las miles de mujeres violadas tuvieron opción de detener a sus agresores? Y no señores, a ninguna mujer le gusta que la denigren y menos la hace sentirse deseada, sino atacada y acosada.

Como dice mi colega Rosalinda Hernández Alarcón, semejantes afirmaciones son producto de una ideología patriarcal que jerarquiza y muestra a las mujeres como seres inferiores, lo que justifica la violencia y la hace aparecer como algo natural, intrínseco del sexo masculino.

Si queremos detener el flagelo de las violencias contra las mujeres, habrá que empezar por admitir sus orígenes y romper esa cultura que se aprende en la casa, en la escuela y en las iglesias y se reproduce en los medios. La aplicación de la justicia pronta y cumplida es otro de los elementos imprescindibles para que esta sociedad deje de ser un paraíso de violadores, delincuentes y asesinos.

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