Otros los clasifican como canto de pastores o “villanos”, en el significado antiguo con el que se designaba al vecino de una villa o aldea. Con el tiempo se convirtió en un tipo de canción popular, que anuncia alegremente el nacimiento de Jesús.
“Así andando / El parto se me va asercando (sic)/ andando así /quedando virgen parió”, cita la estrofa de un villancico escrito en Guatemala a finales del siglo XVI o principios del XVII e incluido en el disco El repertorio de San Miguel Acatán, de 1994.
Herencia española
En el ensayo Sor Juana Inés de la Cruz y los maestros de capilla catedralicios, el autor Aurelio Tello refiere los orígenes de los villancicos en la España del siglo XVI y al papel de fray Hernando de Talavera, ex confesor de la Reina Isabel La Católica y primer arzobispo de Granada. Él introdujo la costumbre de sustituir los responsorios litúrgicos en latín por canciones en lengua castellana. Con la conquista y la evangelización la costumbre se extendió a América.
Este tipo de composición no era exclusivamente para el Niño Dios. “Encontramos en nuestro continente las primeras muestras de villancicos para maitines apenas terminado el siglo XVI, como lo testimonian aquellos compuestos para la fiesta del Arcángel Miguel, por Tomás Pascual, compositor indígena de la misión de San Juan Ixcoy, Guatemala, entre 1599 y 1600”, refiere el texto. Pascual es uno de los compositores del disco antes mencionado.
En el libro Rafael Antonio Castellanos /Vida y obra de un músico, Dieter Lehnhoff anota que “muchos de los villancicos españoles de los siglos XV y XVI que han llegado hasta nosotros forman parte de nutridas colecciones conocidas como cancioneros”. Tales repertorios estaban integrados por música vocal polifónica y homofónica. A mediados del siglo XVII empezaron a incluir acompañamiento de instrumentos.
Se cultivaron distintos tipos de villancicos. Gaspar Fernández, organista portugués y maestro de capilla en Santiago de Guatemala, de 1599 a 1606, y después en Puebla de los Ángeles (México), compuso muchos en español, portugués, lengua tlaxcalteca e incluso en dialectos “pseudo-africanos”.
Lehnhoff agrega que los antecesores de Rafael Antonio Castellanos en la Catedral de Guatemala compusieron obras que pertenecen al tipo de villancico tradicional. Menciona a otros autores como Marcos de las Navas y Quevedo y Manuel Joseph de Quirós.
En la obra de Castellanos los villancicos se clasifican, según Lehnhoff, en dramáticos y semidramáticos, que representan historias o situaciones con personajes específicos.
Otro autor fue Tomás de Torrejón y Velasco, maestro de capilla en la Catedral de Lima y de quien se conservan 15 composiciones en Guatemala. Omar Morales y Paulo Alvarado escriben que la obra de este compositor representa “el apogeo y la culminación del villancico barroco español en la América colonial”, aunque sólo uno del conjunto habla de la Navidad.
A la ro, ro niño…
El investigador Alfonso Arrivillaga coincide en que ese tipo de canción es una tradición importada de España que llegó a estas tierras después de la conquista y que en el continente adquirió características propias. Incluso se incorporó la utilización de instrumentos locales para acompañamiento, tal es el caso de los chinchines, la caparazón de tortuga y los silbatos de barro.
En la antigua ciudad de Santiago de los Caballeros, el santo Hermano Pedro de Betancur impulsó la salida de las posadas y era indiscutible que en éstas se entonaban canciones dedicadas al nacimiento del Salvador del mundo. El libro Pedro de Betancur, el hombre que fue caridad, de Carlos Meza, relata precisamente las fiestas de fin de año de la siguiente manera: “Los niños pastores cantaban, al son de sus instrumentos, las coplas que les había enseñado el Hermano Pedro, algunas tomadas del riquísimo repertorio de los grandes ingenios de España, otras retocadas por él y algunas de su ingenio, más piadosas y tiernas que conceptuosas y agudas”. A media noche del 24 de diciembre, los niños entraban al templo entonando “villancicos pastoriles de ingenua letra y saltarina melodía”.
Durante los primeros años después del traslado a la Nueva Guatemala de la Asunción, a finales del siglo XVIII, el maestro de capilla Vicente Sáenz dedicó mucho de su tiempo a la composición de villancicos de Pascua. “Producían éstos tal entusiasmo en el pueblo que en la Noche-Buena (sic) era menester poner guardias en las puertas de la Iglesia de Belén, para que no se agolpase el excesivo número de personas que deseaban escuchar sus composiciones”, escribió José Sáenz Poggio, en 1878.
La tradición continúa hasta nuestros días, sólo que ahora comparte espacio con canciones de otras partes del mundo como Blanca Navidad (irónicamente popularizada en el País de la Eterna Primavera, donde no cae nieve) o Jingle Bells. Sin embargo, sigue siendo fuerte la costumbre de llevar la posada de casa en casa o de reunirse en torno al nacimiento y cantar: A la ro, ro niño / a la ro, ro, ro, / duérmete bien mío /duérmete mi amor. También aquél que dice: Venid pastorcillos, / venid a adorar / al Rey de los cielos / que ha nacido ya.