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La conclusión se dio a conocer en el ciclo de conferencias que organizó el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (Insivumeh), que este año coincidió con la conmemoración de la erupción del Volcán de Fuego de hace un año, que se cobró la vida de más de 200 personas y dejó similar número de desaparecidos.
Durante la actividad se dio a conocer que los instrumentos para monitorear la actividad del coloso han mejorado desde la poderosa erupción del 3 de junio del 2018; sin embargo, el trabajo debe mejorarse, reconocen los expertos.
El trabajo que se ha hecho desde el año pasado con apoyo de universidades e instituciones internacionales, destacan, ha logrado buenos resultados como la elaboración de mapas de riesgo para amenazas letales del coloso como los flujos piroclásticos y el descenso de lahares.
Sin embargo, por la situación social y económica de las comunidades, durante una emergencia, la única solución viable es la evacuación, pero tomar esa decisión en medio de un evento eruptivo no es fácil, en principio, porque implica utilizar los escasos recursos y manejar una compleja red de alerta que no siempre es garantía de éxito.
Amenaza ha estado siempre
Gustavo Chigna, experto de la sección de Geofísica del Insivumeh, destacó que se tiene registro de la actividad del volcán de Fuego desde hace siglos, pero la evidencia geológica revela que este ha estado activo desde muchos siglos antes de los registros humanos.
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El experto señaló que erupciones tan violentas como la ocurrida hace un año no son extrañas y que de hecho se tiene registro de al menos cuatro iguales o más poderosas a esta.
La primera ocurrió en diciembre de 1581, el registro señala que en los poblados cercanos la cantidad de ceniza que cayó fue tanta que “las personas no se podían ver unas con otras aún estando cerca”.
En enero de 1582 ocurrió otra violenta erupción que destruyó un pueblo cercano llamado San Pedro. En 1932 ocurrió una erupción con flujos piroclásticos enormes y la ceniza alcanzó El Salvador y Honduras. La última de las que se tienen registro ocurrió en 1974 cuando las columnas de ceniza y los flujos piroclásticos destruyeron la Finca Santa Teresa y afectaron severamente a San Pedro Yepocapa, tanto el área urbano como sus aldeas.
Chigna explicó que estas erupciones, al igual que la del 3 de junio, fueron catalogadas en la escala cuatro del Índice de Explosividad Volcánica (IEV). Se estima que durante estas se depositaron más de 20 millones de metros cúbicos de material volcánico en las barrancas.
“Si el volcán por alguna razón dejara de hacer erupciones hoy, tendríamos suficiente material volcánico acumulado en la parte alta para que existan lahares de la misma intensidad de la que hoy se registran por los próximos 10 años”, señaló el experto.
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Mejora monitoreo y vigilancia
Amílcar Roca, experto del Insivumeh, destacó que el monitoreo del volcán ha mejorado considerablemente desde que ocurrió la erupción del año pasado.
Explicó que el día de la tragedia solo habían dos estaciones en el volcán y de ellas solo una podía transmitir datos, pero por la cantidad de información que intentaba transmitir esta se saturó y colapsó.
Actualmente se tienen ocho estaciones multiparamétricas, las cuales pueden enviar información de actividad sísmica, meteorológica y en algunos puntos infrasonido.
La información se envía al Insivumeh y los expertos tienen que decodificarla, con la información se hacen comparaciones las cuales ayudan a identificar los diferentes tipos de actividad del coloso.
El monitoreo es constante y a diario se reciben un caudal de información que se debe interpretar. pic.twitter.com/hCFiVjC1FY
— Carlos Álvarez (@calvarez_pl) June 2, 2019
Aun con esta mejora, Roca reconoce que se necesita mucha más instrumentalización y actualmente se carecen de dos tipos de equipo, sensores para el análisis y recopilación continua de gases y cámaras infrarrojas, las cuales además de tener un elevado costo deben instalarse en lugares cercanos al cráter y habría el peligro de que sean destruidos.
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El experto reconoce que, si bien ha existido una mejora en el monitoreo del volcán de Fuego, es necesario que las autoridades tengan en cuenta que se necesita instrumentalizar otros dos volcanes Pacaya y Santiaguito que también pueden afectar a poblaciones cercanas al momento de una explosión violenta.
Utilización de los datos
Carla Chun, encargada de la vigilancia del volcán de Fuego, precisó que toda esta información que se produce sirve para elaborar mapas de riesgo, actualmente se tienen el de amenazas de lahares y flujos piroclásticos.
Señaló que debido a la gran cantidad de material que se acumuló el año pasado varias barrancas fueron saturadas y el peligro creció considerablemente en algunos puntos.
Gracias a la información que se ha recopilado, no solo con los instrumentos, sino también por las visitas a campo a comunidades cercanas, se espera actualizar los mapas de riesgo en los próximos meses.
Esta información es de vital importancia porque con ella las autoridades departamentales y locales pueden elaborar sus planes de contingencia de una forma más eficiente y lograr un nivel de prevención con sistemas de alerta temprana adecuados para las comunidades.
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No siempre hay garantía de éxito
Al hablar de la mitigación del riesgo mediante sistemas de alerta temprana, Rüdiger Escobar Wolf, experto de la Universidad de Michigan, explicó que las amenazas más grandes son los flujos piroclásticos, los lahares y caída de tefra (ceniza, arena o rocas).
Señaló que la mitigación se debe implementar desde dos puntos de vista, la que se puede hacer en el sitio y de reducción de exposición.
El primero que no es más que hacer trabajo de mitigación, mientras que en el segundo es inviable aplicarlo a las comunidades cercanas por lo que únicamente se puede reducir la exposición que necesariamente implica evacuaciones.
Escobar Wolf explicó que lo ideal sería que las comunidades que están cercanas al volcán se trasladarán a otro lugar, pero que por las condiciones sociales y económicas es inviable.
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Coincidió en que aunque “se podría tener la mejor instrumentalización del mundo y tener el mejor sistema de alerta temprana no habrá garantía de éxito”.
Citó, por ejemplo, que desde que el volcán se reactivó en 1999, ha tenido 73 erupciones, y la del 3 de junio del año pasado fue la 74, y hasta las 9 de la mañana de ese día, la actividad era “exactamente igual a las 73 anteriores”.
Escobar Wolf añadió que parte del problema radica en que lo constante de la actividad volcánica crea una falsa expectativa de normalidad, no solo entre las personas que viven en el lugar sino entre los expertos.