El año bisiesto (cuando febrero tiene 29 días en vez de 28) viene a corregir el hecho de que cada año tiene 365 días y 4 horas, que no se contabilizan y que se suman cada cuatro años formando un nuevo día y por consiguiente un año de 366 días.
Además, el hecho de que ese día de más se añada en febrero se debe a que el cómputo que se realiza depende del solsticio de invierno y de la distancia de la luna respecto a la Tierra. Científicos aseguran que el año bisiesto “arregló los desperfectos que había” y aún así quedan unas pequeñas diferencias que, en un año o lustro no se aprecian, pero que se notan a largo plazo.
Las “consecuencias más dramáticas” de no existir el año bisiesto, según expertos es que los seres humanos no podrían seguir el ciclo de la naturaleza, ya que, por ejemplo, la floración de las plantas reventaría en lo que conocemos como verano cronológico. “Si no añadimos a febrero no podríamos controlar ningún fenómeno a través del calendario”. De hecho, los científicos corrigen y regulan estas décimas de segundo tanto en los relojes como en los calendarios.