Si se suman los muertos, los heridos, el personal de emergencia, los familiares, los amigos y todos aquellos que se vieron afectados de cerca o de lejos, “estas masacres han tenido un impacto en todos”, considera el doctor Merritt Schreiber, profesor de psicología de la universidad UC Irvine.
Cuando el presidente estadounidense, Barack Obama, presentó el martes medidas para reforzar el control de armas de fuego, debió enjugarse las lágrimas que le corrían por los 20 niños asesinados en el 2012 en Newtown, Conecticut, noreste.
“No podemos aceptar esta carnicería en nuestra comunidad”, declaró.
Desde que este drama marcó a todo el país, sus esfuerzos para que el Congreso apruebe una ley que fortalezca el control de los antecedentes de los compradores de armas han sido vanos, debido a la oposición del bando republicano.
Las balaceras masivas han aumentado desde entonces. El sitio web gunviolencearchive.org registra 330 en Estados Unidos el año pasado, contra 281 en el 2014. Ya el 1 de enero de este año ocurrió otro en Texas que dejó cuatro heridos.
Las balaceras masivas han aumentado. El sitio web gunviolencearchive.org registra 330 en EE. UU. el año pasado, contra 281 en el 2014. El 1 de enero de este año ocurrió otro en Texas que causó cuatro heridos.
Y, cada vez, las imágenes de los civiles, las ambulancias, los familiares desconsolados, las fotografías de las víctimas se transmiten sin parar en la televisión.
Según Merritt Schreiber, “está científicamente comprobado que pasar demasiado tiempo mirando este tipo de incidentes por televisión aumenta la ansiedad, tanto en los adultos como en los niños”.
Miedo al otro
Esto se traduce en una hipervigilancia y un estado de alerta permanente que llega a veces a la paranoia, como el miedo a sentarse en un restaurante de espaldas a la puerta.
Estos ciclos de violencia que se repiten “perpetúan el miedo y pueden crear divisiones entre nosotros, y los otros”, explica Eric Bergemann, psicólogo de Los Ángeles.
“Cuando se escucha hablar constantemente en los medios de cosas que no podemos controlar la gente elige una batalla contra el grupo X, Y o Z para tener la impresión de que hace algo, como cuando dice combatamos a los musulmanes”, destacó.
Desde la matanza en San Bernardino en California, perpetrada por una pareja de musulmanes radicalizados, se registraron numerosas agresiones contra los musulmanes.
El riesgo de verse envuelto en una balacera forma parte de la vida cotidiana de los estadounidenses.
Eric Bergemann cuenta que sus pacientes le dicen: “Deseo hacer esto, pero tengo miedo de ir a un lugar público, a un sitio que podría ser un buen lugar para perpetrar un atentado”.
En las oficinas, los empleados están informados de los procedimientos a seguir en caso de que llegue un atacante. “Hay tres opciones: huir, esconderse o combatir”, se lee en las instrucciones de un edificio en Los Ángeles.
Además, muchas escuelas organizan “simulacros de tiroteos”, en el curso de los cuales los niños aprenden a esconderse en caso de que aparezca un intruso armado.
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“Los niños de California hacen simulacros en caso de terremotos y ahora crecen con la idea de que estas masacres son normales. Eso les priva del sentimiento de seguridad”, destaca Catie Mogil, una psicólogo infantil que enseña en la universidad UCLA.
Para ella, estos pequeños podrían convertirse en una generación de adultos hiperangustiados, como los hijos de los militares.
En Roseburg, Oregon, “todo el mundo está nervioso, incluso los niños”, constata Robert Bullock, uno de los responsables de los bomberos de la ciudad.
Hace tres meses, un estudiante mató con un fusil de asalto a nueve de sus camaradas universitarios. Los bomberos, las enfermeras y los policías “todavía están en estado postraumático”, dijo.
Los síntomas que sufren son similares a los padecidos por militares que, durante años y a veces a lo largo de todas sus vidas, son víctimas de reminiscencias de las atrocidades del combate y otros problemas psicológicos.