LA BUENA NOTICIA

Adoración

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El acto religioso por excelencia es la adoración. El hombre cae a tierra ante la presencia de Dios, y se postra en reconocimiento de su grandeza y misericordia, a la vez que reconoce su propia pequeñez e impureza. La Biblia da testimonio abundante de estas experiencias. Uno de los relatos clásicos narra la del profeta Isaías, al inicio de su ministerio. Mientras está en el templo de Jerusalén, se le concede ver la presencia divina que lo llena. Ve apenas el ruedo inferior de la túnica de un personaje sentado en un trono rodeado de serafines. Es la forma visible de la presencia del Señor.

Los evangelios cuentan experiencias análogas de los discípulos de Jesús, con ocasión de algunas apariciones del Resucitado o tras la realización de algún portento milagroso que ha revelado la presencia divina en Jesús. El evangelista Lucas narra una de estas experiencias muy al inicio del ministerio de Jesús. Simón Pedro y sus colaboradores han faenado toda la noche sin éxito. Contra toda lógica del oficio, Jesús conmina a los pescadores a remar mar adentro, en pleno día. Ordena que se lance la red, y la pesca es extraordinaria. Pedro cae a los pies de Jesús, reconociéndose indigno y pecador como para estar ante un hombre en quien se manifiesta de tal modo la presencia de Dios. No es una presencia que aplaste o humille al hombre, sino que revela la misericordia de Dios, que así se da a conocer a un pecador.

Y para no pensar que son cosas del pasado, en pleno siglo XX, la filósofa judía Edith Stein cuenta el impacto que le causó un sencillo gesto de adoración de parte de una mujer de pueblo. Fue un testimonio que le dio qué pensar en su itinerario de conversión al catolicismo, que la llevó luego a profesar como monja carmelita, y finamente a morir en Auschwitz y ser venerada ahora como Santa Teresa Benedicta de la Cruz. El acto de adoración que impresionó a Edith Stein fue una acción común entre los católicos. A media mañana una mujer, después de hacer sus compras en el mercado, pasó por la iglesia casi vacía de personas, y se arrodilló y oró dirigiendo su oración y su mirada hacia el sagrario, en el que se guarda la hostia consagrada que según la fe católica contiene la presencia personal de Jesucristo resucitado.

Para Stein, aquella acción mostraba que hay otra dimensión más allá de lo que se ve y se palpa. Arrodillarse o postrarse ante la presencia de Dios abre el horizonte de la conciencia humana a una nueva dimensión, en la que la persona encuentra las raíces que le dan firmeza a su existencia, la referencia que le da sentido a su vida; encuentra la relación con Dios, que es amor misericordioso que se inclina y nos acoge y nos sostiene. El hilo conductor de la reflexión filosófica y teológica de Stein, en su etapa católica, fue el tema de la adoración y la oración como acciones antropológicas fundamentales.

Nuestra cultura cada vez más nos condiciona a considerar real solo lo que se ve y se palpa, y cierra para nosotros el horizonte de la trascendencia y de la presencia de Dios. Por eso es perentorio volver a aprender a doblar la rodilla ante Dios.

mariomolinapalma@gmail.com

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