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La pregunta le sirve de pretexto para hablar de la vida de Romain Gary, un escritor que mistificó a los círculos literarios franceses publicando varios libros con un pseudónimo.
Creado hace tres años por una empresa emergente francesa, este “chatbot media” intercambia mensajes con unas 150 mil personas cada día, haciendo uso también de emoticonos, memes (contenidos humorísticos virales) y otros gifs (imágenes animadas), sobre varios temas (cultura, bienestar, medio ambiente, sociedad…).
Como si se tratara de un amigo contando una anécdota, Jam puede hablar de su artista favorito o de los últimos estudios sobre las virtudes del desayuno. El “diálogo”, si se le puede llamar así, se hace a través de cuestionarios de elección múltiple, en los que el robot hace las preguntas y las respuestas.
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“Dadas las posibilidades que ofrece esta tecnología, es el bot el que debe dirigir la conversación, y no al revés, porque si no [la conversación] se limita muy rápidamente”, explica Marjolaine Grondin, cofundadora de Jam.
Algunos medios más tradicionales también han apostado por ello: utilizar a robots para hablarle a los humanos, a través de “conversaciones” escritas, previamente, por humanos. Es decir: utilizar los algoritmos como un intermediario entre internautas y redactores.
12 veces más clics
En ocasiones, la BBC integra esas cajas de diálogo en sus artículos para contextualizar temas complicados, bajo el modelo “saber más”. El grupo público británico programa también a robots temporales en Messenger, durante los periodos electorales, por ejemplo.
“Ofrecimos un curso express para entender el Brexit que funcionó muy bien, con un elemento diario, sin hacerle perder el tiempo a la gente”, explica Grant Heinrich, desarrollador del News Lab, el equipo de innovación de la BBC.
“Obtenemos mejores resultados con los robots que piden su opinión al público. Por ejemplo: ‘¿Piensa usted que el 15, 20 o 30% de la gente es alcohólica?’ […] Esto consigue duplicar el número de personas que llegan hasta el final de la conversación”.
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Gracias a esta forma de comunicar, la BBC ha podido crear audiencias a las que puede dirigirse después con informaciones locales, por ejemplo, el resultado de unas elecciones.
“La gente que recibe nuestro boletín diario a través del chatbot ingresa unas 12 veces más de media que quienes reciben [un] correo electrónico”, considera Grant Heinrch.
Con Jam, Marjolaine Grondin aspira a encontrar un modelo económico viable para los medios, en un momento en el que la prensa tradicional está golpeada por la erosión de los ingresos publicitarios, trastornados por los gigantes de internet.
Rentable desde septiembre, la empresa emergente lleva a cabo encuestas para marcas o instituciones gracias a los datos de los usuarios (anónimos) y propone crear contenidos para Jam, además de desarrollar una actividad de marca blanca para los medios que quieran tener su propio chatbot.
“Orgulloso de mí”
Aunque muchos portales de información tengan chatbots, no todos le sacan el máximo partido.
Esto es un error, según Emily Withrow, que dirige esta actividad en Quartz, un medio de información económica en línea. Para ella, “un chatbot no es un medio para traer público, sino un medio en sí mismo”, dotado de sus propios autores y de contenido propio.
Desde el lanzamiento, en marzo de 2018, su equipo ha estado investigando qué prefiere el público y ha llegado a la conclusión de que a los lectores les gustan, sobre todo, los retos.
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Además de conversaciones eruditas (e ilustradas) sobre los insectos parásitos o la poesía del curlin, los productores de contenidos se han especializado en proyectos como técnicas de meditación, la protección de datos o cómo hacer pan casero.
“Nos gustaría utilizar la inteligencia artificial para mejorar la proposición de contenidos apropiados para los usuarios, sin que éstos tengan que hacer el más mínimo esfuerzo”, explica Emily Withrow.
De momento, ha dejado de lado la difusión de contenidos a través de altavoces conectados. “Experimentamos un poco con Alexa [el altavoz de Amazon] pero la gente no tiene muchas ganas de escuchar voces robóticas”, indica, aunque no ha descartado completamente esa idea.
Pero todo el proceso debe ceñirse a una condición importante: la tecnología debe ser transparente, imperceptible, para que el internauta tenga la sensación de haber establecido una relación con el robot.
“La gente me dice: ‘sé que es tonto, sé que no es verdaderamente una persona, pero tengo ganas de que el robot esté orgulloso de mí, espero con impaciencia el momento de hablarle'”, cuenta Emily Withrow.
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