Las nubes de la tarde luminosa huelen a palomitas de maíz, a hamburguesas preparadas sobre una plancha ambulante montada sobre una bicicleta, a serrín que es como el espíritu resucitado de un árbol que murió en algún lugar lejano. Pero la oferta es variada: empanadas que palidecen con el azúcar glass, corbatas fritas y caramelizadas, pizzas que dejaron hace mucho las hieleras y ahora tienen carretas en una competencia de mercadeo que aprovecha la aglomeración.
Pero ni los ofrecimientos a viva voz de los vendedores, ni los pitazos de quienes resultaron metidos en el embotellamiento por no saber que había cortejo, ni las campanillas de helados (que también traen ondas de tiempos infantiles para varias generaciones) logran distraer a los fieles en el momento que Jesús Nazareno, el Varón de Dolores, el Señor del Consuelo, pasa frente a las miradas.
Lleva un enorme corazón al final del anda, por si alguien no dimensiona el amor que lo llevó hasta la muerte de Cruz. “Tu reinarás” reza un letrero en el frente, que se bambolea majestuoso mientras los hombres de las liras levantan los cables (cada vez más molestos, cada vez más numerosos de teléfono, fibra óptica, cable) que representan la modernidad y hacen pensar en estas mismas calles del Centro Histórico cuando no había electricidad, pero sí procesiones: una muestra más de cómo las tradiciones cuaresmales son una verdadera máquina del tiempo que no necesita cálculos ni razonamientios: tan solo fe.