Según la compañía especializada en iluminación eficiente iWop hay tres claves que se deben tener en cuenta:
Elegir la potencia y el flujo luminoso (en lúmenes)
Toda la vida se ha cometido el error de escoger las bombillas por su potencia. Lo correcto es hacerlo por la cantidad de luz que da y no por su consumo. Para entender bien este concepto, hay que saber que los vatios dicen lo que consume la bombilla de electricidad, y los lúmenes la cantidad de luz que generan.
Es por eso por lo que se recomienda utilizar los lúmenes (lm) y no los vatios (W) para seleccionar la bombilla que mejor se adapte a la cantidad de luz que se necesita.
Pocos vatios para muchos lúmenes puede suponer más de un 90 por ciento de ahorro en electricidad, ya que se paga según la cantidad de vatios consumidos, comentan desde esta compañía de iluminación, según el sitio abc.es
Elegir el ángulo de apertura de la luz
Este parámetro es importante para conseguir la iluminación adecuada:
1) Un ángulo menor (40º) conseguirá un efecto “foco” para iluminar un espacio menor y más localizado.
2) A ángulo más abierto (120º, por ejemplo), más capacidad de iluminar, con una sola bombilla, más espacio (son las comúnmente usadas para iluminar una habitación).
Por ello, es importante informarse del ángulo de apertura de la bombilla.
¿Qué tipo de luz quiero?
El tono de luz o temperatura de color de la bombilla viene indicada por los grados kelvin (K). Las bombillas se dividen según su temperatura en tres tipos:
1) Blanco frío: equivale a 5800K. Luz blanca más intensa, perfecta para bodegas en el hogar o garages.
2) Blanco puro: 4500K. Una intensidad media mejora la concentración y el rendimiento, y es ideal para despachos, oficinas, cocinas y baños.
3) Blanco cálido: 3000K. Una luz más tenue con temperaturas de color más bajas es ideal para salones o habitaciones dónde se busca un amiente más relajado.