Según Incer, si el material incandescente sube de nivel en cada aparición, es posible que dentro de 150 años el volcán haga una erupción similar a la de 1772, cuando el flujo llegó hasta donde hoy funciona el aeropuerto internacional.
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A unos kilómetros del volcán se asienta el pueblo de Piedra Quemada que guarda los vestigios de aquella erupción: un lecho de piedras volcánicas que yacen bajo un relleno de tierra.
“Antes aquí no había tierra sino piedras”, dice Sandra Pérez, una de los seis mil habitantes que han aprendido a vivir con el volcán y que no creen que sea una amenaza.
Impresionante
El pequeño cono, de 400 metros de altura, surgió hace cinco mil años. Está constituido por cinco cráteres de los cuales sólo uno -llamado Santiago y el más grande- permanece activo, coronado por una densa fumarola.
Hace seis meses, el agujero incrementó su actividad con flujos de magma acompañado de esporádicos microsismos.
“Es la primera vez que veo algo como esto, es muy impresionante”, expresa Mijaela Cuba, una enfermera austriaca.
Ella es una de los cuatro mil turistas que han subido a la ardiente garganta en las últimas dos semanas, cuando el Gobierno autorizó el ingreso de personas, aunque limitado a unos pocos minutos debido a los gases.
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Sólo los pericos verdes y los murciélagos logran sobrevivir anidando permanentemente en el ambiente tóxico del cráter.
Es “muy especial”, agrega entusiasmada la joven taiwanesa Sami Yen que toma fotos al borde del cráter desde donde se escucha el oleaje magmático.
El volcán está ubicado en la zona más poblada del Pacífico nicarag ense y forma parte de un área protegida de 54 km2, en la que sobresalen vastos campos de lava petrificada poblados por blancos árboles de Sacuanjoche, la flor nacional.
Abundan las serpientes, monos cara blanca y animales que soportan altas temperaturas, asegura el guía Luis Solano.
La boca del infierno
Las llamas del Masaya, que hizo dos fuertes erupciones en 1670 y 1772, asustaron a los conquistadores españoles.
“Es una boca de fuego que jamás deja de arder”, escribió en 1525 el primer gobernador Pedrarias Dávila al rey de España.
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El fraile Francisco de Bobadilla creía que se trataba de la puerta al infierno, por lo que instaló una enorme cruz a la orilla del cráter.
Mientras que el codicioso Fray Blas del Castillo pensó que la lava era oro derretido y bajó colgado de una canasta para extraer material, según la leyenda.
Los indígenas chorotegas que habitaron la zona trataron de calmar al enfurecido volcán ofreciendo en sacrificio niños y doncellas a la bruja Chalchihuehe que según ellos, vivía dentro del foso ardiente.
En los años 70, la dictadura somocista lanzó a la boca del volcán a un excolaborador de la guerrilla sandinista, David Tejada, cuenta la también excolaboradora sandinista Vilma Núñez.