LA BUENA NOTICIA
El valor de la vida
¿Qué valor tiene la vida? En estos tiempos de sensibilidad ecológica es cada vez mayor el número de personas que conocen la importancia de la vida biológica en todas sus manifestaciones, del respeto que se debe al ser humano y también a plantas y animales. La vida se muestra en las múltiples formas de seres vivientes, cada uno de ellos una maravilla de creatividad biológica, que suscita nuestra admiración y asombro. Aunque en este asunto del respeto a la vida se dan contradicciones hipócritas como la de aquellos que defienden la preservación de los primates o del quetzal, por poner ejemplos, pero reivindican la práctica del aborto y abogan por su legalización.
Pero la pregunta acerca del valor de la vida humana se plantea también en relación con la calidad moral de la conducta de una persona concreta. ¿Qué valor tiene la vida de una persona que ha cometido errores, delitos y hasta crímenes contra su prójimo? Muchas personas, cuando toman conciencia del mal que han perpetrado contra sí mismas y contra otras personas, llegan a pensar que su vida no tiene valor, o que el valor que tuvo se perdió irremediablemente y que no hay instancia capaz de devolverlo. Uno escucha que esas personas, cuando despiertan también a la sensibilidad religiosa, declaran que son tales los delitos que han cometido que dudan de que incluso Dios las pueda perdonar.
La cuestión del delito y su perdón es una de las interrogantes claves acerca del sentido y valor de la vida. ¿Qué valor tiene todavía mi vida cuando he abusado de mi libertad contra mí mismo o contra mi prójimo? ¿Ha quedado el futuro hipotecado por los delitos del pasado? ¿Hay una instancia que asuma sobre sí mi delito, de modo que yo pueda vivir mi futuro sin que el pasado delictivo arruine su valor y sentido de antemano?
Una de las funciones claves de las religiones es ofrecer respuesta a estas preguntas. Debe haber algo o alguien al que yo pueda traspasar ese delito, para que ese algo o alguien lo cargue sobre sí y lo destruya. Los sacrificios que se ofrecían en el antiguo templo israelita tenían precisamente esa función. Y el evangelio cristiano es cabalmente el anuncio de que Jesucristo ha asumido sobre sí, no solo el pecado de una o dos personas, sino el del mundo, y lo ha destruido en sí mismo con su muerte. Y ese sacrificio ha recibido la aprobación de Dios por su resurrección. Por eso Jesús se muestra como la única persona que de modo válido ha realizado la expiación por los pecados de la humanidad. De ese modo toda persona está capacitada para recibir el perdón de Dios y tiene la libertad para comenzar de nuevo, como si ese pasado delictuoso no hubiera existido. También dice el evangelio que no basta con descargar el propio delito en Jesús, sino que es necesario realizar obras de reparación, a través de actos de servicio y caridad. Estos actos, aunque nunca repaguen el delito, manifiestan el agradecimiento de quien ha sido perdonado. Al que mucho se le perdona, mucho agradece, y por lo tanto es generoso para amar al prójimo. Por eso hay esperanza, incluso tras el delito, porque Dios acoge, perdona y sana.
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